SABIDURIA

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José Ignacio García Muñoz (Queche)

Hablando conmigo mismo

A menudo, acuciado por cuestiones relativas a la edad, uno ya no duerme del tirón como solía hacerlo cuando era joven, y después de visitar el aseo o el frigorífico, de asomarse brevemente a la ventana para tal vez, compartir desvelo con algún anónimo noctambulo que, como faro en la noche anuncia también su trasiego tras los visillos, uno retorna a la cama, pero desvelado no puede dormir, y se da uno al pensamiento en esas horas en que hacerlo resulta particularmente productivo. Probablemente lo hayan experimentado, y habrán comprobado como el cerebro procesa a una velocidad muy superior a como lo hace habitualmente, y con una lucidez sorprendente.

Los neuro fisiólogos, tienen justificación para tal suceso: resulta, que la actividad cerebral se puede registrar mediante diferentes métodos en los que esta actividad se puede medir en unidades tales como: micro voltios, o hercios si se mide la longitud de onda. También se puede medir el consumo energético; que resulta que en el caso del cerebro humano, es de unos 10 vatios hora ( como la bombilla de una linterna) en condiciones normales; verdaderamente un gasto ridículo para la capacidad que tiene.

Las ondas cerebrales se han dado en denominar Alfa, Beta, Theta, Delta y Gamma, que se corresponden con diferentes estados mentales siendo las de menos intensidad correspondientes a estados del sueño e incluso el coma( 1 a 8 Hz), hasta las más altas (Más de 440Hz) que se corresponden con estados de extremo nerviosismo y pérdida de control, siendo el más productivo aquél que se encuentra entre los 12 y los 30Hz que es el rango de mayor clarividencia y el más apropiado para trabajar y tomar decisiones importantes.

Pues bien, me debía yo hallar entre esos 12 y 30 Hz la otra noche cuando me dio por pensar dentro de mis limitaciones que no son pocas, en qué es lo que distingue al sabio del tonto sin tener los instrumentos de medida de los que dispone la ciencia, y que permiten discriminar entre aquellos cuyas ondas cerebrales están bajo mínimos, de aquellos que no lo están, por lo que no queda más remedio que fijarse en los síntomas.

Sabiduría y formación no siempre van de la mano, de modo que se puede ser muy sabio y al mismo tiempo poco instruido, y esto se nota rápidamente cuando uno conversa con alguien. Sospecha de aquél que de todo habla, de todo entiende, y nunca escucha. De aquél que comienza diciendo: <pues yo creo que…> y no aporta dato alguno, solo creencias, y propone argumentos en muchos casos delirantes extraídos de fuentes más que dudosas, y más fundamentados en sus deseos de que las cosas ocurran como a él le gustaría que ocurriesen que en otra cosa.

Paradójicamente, al sabio se le distingue a menudo por sus silencios, porque aquél que se ha enfrentado con su ignorancia y la reconoce, sabe cuándo tiene que callar, mientras que el ignorante no se ha parado a pensar esto nunca. Pocas cosas con la ropa puesta, producen más satisfacción que encontrase con alguien del que puedas aprender; ese es el momento de escuchar y preguntar, y ese alguien también puede, y debe ser un libro.

La necedad, es una enfermedad de la que algunos son portadores, pero los síntomas a menudo los sufrimos los demás.

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