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Ángel Vicente Valiente Sánchez-Valdepeñas
Cuenta Daimiel con dos comunidades de monjas de clausura: las monjas mínimas y las carmelitas descalzas. No somos muy conscientes, pienso yo, de la enorme suerte que tenemos los daimieleños con estas dos comunidades, que con una vida de extraordinaria humildad y pobreza iluminan nuestro querido pueblo.
Los monasterios de clausura suponen un verdadero desafío a las costumbres del mundo. Algún letradillo dirá que son una anomalía de la cultura. Y quizás llevé razón después de todo. Porque el cristianismo en su conjunto es una verdadera y solemne anomalía de la cultura. Los monasterios de clausura son, si se piensa detenidamente, la verdadera resistencia a los poderes y halagos del mundo. Un fenómeno inexplicable para todo tipo de teorías contemporáneas. Porque la verdad es que hay muchas teorías para tratar de explicar lo inexplicable, lo que no se ajusta al pensamiento políticamente correcto, lo que desborda por completo las interpretaciones sesudas de los entendidos del momento. En realidad son una luz que ilumina el mundo, una brújula que nos orienta hacia el amor del Creador.
Desde los primeros siglos del cristianismo encontramos eremitas, anacoretas y personas solitarias que decidieron vivir en profundidad una cierta visión de su fe. Muchas veces ante el asombro , la indiferencia o la incomprensión de sus contemporáneos, incluidos los propios cristianos. Esta corriente de espiritualidad, que recorre la entera historia de la Iglesia, se encuentra en nuestros días en una fase de incertidumbre. Porque se entiende bien que haya misioneros y órdenes religiosas para el apostolado y la evangelización. Se entiende bien que se ayude a los hermanos en sus necesidades materiales. Pero no se entiende muy bien el sentido de las órdenes de clausura. Más aún, se contemplan con sospecha y recelo. Parecen huir de los problemas del mundo, renunciar al compromiso social. Hasta muchos cristianos piensan que las monjas y monjes contemplativos son un residuo del pasado. Los que piensan esto creo que deberían revisar su presunto cristianismo.

Yo no sé cómo celebrarán la Nochebuena las monjas de clausura, pero es seguro que lo harán con alegría y agradecimiento. Nosotros nos preocupamos más de si esa noche cenaremos carne o pescado, langostinos o gambas de Huelva; si beberemos vino blanco o tinto. A veces nos olvidamos del sentido de la Navidad. Más aún, a veces pensamos que es un engorro. Seguro que nuestras hermanas, las monjas de clausura, no pensarán eso. Al contrario, darán gracias a Dios por poder celebrar esa noche la venida de Jesucristo.
En estos tiempos de incredulidad y de desprecio hacia todo signo de trascendencia, debemos reflexionar sobre el sentido de las órdenes contemplativas. Y, para empezar, creo que no debemos erigirnos en jueces sobre ello. Dios llama a cada uno a cumplir una misión en el mundo. Es decir, hemos venido todos a ayudar a nuestros hermanos con distintas misiones, profesiones y carismas. Todos hemos sido llamados a servir a los demás desde nuestras capacidades y desde nuestras ilusiones. ¿Cómo podemos saber cuál es la misión en el mundo a la que Dios nos ha llamado a cada uno? Pues la respuesta es muy sencilla: porque hay tareas y proyectos que nos llenan de ilusión y de alegría. Esas sensaciones profundas son las que nos orientan en el camino que debemos seguir. Claro que hay misiones que solo Dios comprende en su verdadero sentido.

En la Nochebuena las monjas romperán el silencio, cantarán villancicos, cenarán frugalmente pero con mucha alegría. Y seguirán rezando por nosotros, por los cristianos y por los que no tienen fe, por los que lo pasan bien y por los que lo pasan mal; por los niños, los jóvenes, los adultos y los ancianos; por los matrimonios felices y por los infelices; por los sanos y por los enfermos. Esa es su misión. Para eso han sido llamadas por Dios. Cumplen una misión santa que muchas veces es ignorada por los ciudadanos, incluso despreciada. Sería bueno que en esta Navidad tomáramos conciencia del enorme lujo de contar en Daimiel con dos conventos de clausura. Dos piedras preciosas de incalculable valor, que brillan en la oscuridad. Les deseamos de corazón Feliz Navidad y les pedimos que sigan rezando a Dios por todos nosotros.