URBANISMO

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José Ignacio García-Muñoz (Queche)

Se dice que es bonito aquello que tiene belleza o atractivo y es agradable de contemplar, o escuchar. Lo que gusta simplemente desde un punto de vista objetivo, aquello que gusta universalmente sin concepto. Por contraposición, algo feo, es algo que carece de belleza o atractivo, que no es agradable de ver; algo que provoca rechazo, y aunque para gustos están los colores, hay cualidades de lo bello, o lo bonito, que trascienden la subjetividad, son cualidades universales como pueden ser la armonía, la proporción y la coherencia o la adecuación. No hace falta ser un experto en arte para afirmar que, entre La Piedad, y el Eccehomo de Borja hay un abismo de armonía y belleza, lo mismo que entre un estercolero y los jardines de Keukenhof. Cualquiera (si exceptuamos tal vez al escarabajo pelotero), se decantaría de forma instintiva por la obra de Miguel Ángel, o por el colorido de las flores que pueblan el jardín de Ámsterdam.

Con las ciudades y pueblos sucede lo mismo. Hay lugares en los que nada más llegar, independientemente del trato humano te sientes bien, son agradables de ver y pasear porque tienen esas cualidades de lo bonito que inconscientemente encuentran acomodo en nuestro cerebro, nos resultan atractivas y placenteras.

Permítanme, sin que esto signifique establecer ninguna comparación entre un díptero y un humano, hacer un comentario acerca de cómo se “enamoran” las moscas: Sucede que, a la hora de elegir pareja, una de las cosas que resultan decisivas para una mosca es la simetría. Aparentemente ante nuestros ojos, todas las moscas además de ser un coñazo parecen tener pocas diferencias entre sí, pero no sucede igual entre ellas que son capaces de distinguir matices que a nosotros se nos escapan, es algo genético, instintivo e incluso atávico, lo cual hace que, ya sea sobre los restos de comida de un plato, o sobre la calidez de una mierda, las moscas, después de observarse largamente se lo digan todo y acaben para nuestra desesperación formando familia.

Algunos de los pueblos conceptuados como más bonitos de España o de cualquier otro país, tienen esas cualidades: armonía, y proporción, además de ser coherentes con el entorno.

A la hora de construir una vivienda, resulta decisivo el clima del lugar en que se vaya a situar, y el clima viene determinado en gran medida por la orografía que condiciona temperatura y humedad. A nadie se le escapa, que la meteorología de Santiago de Compostela nada tiene que ver con la de Torralba de Calatrava por poner un ejemplo, y de alguna manera, esa orografía va imponer un tipo de construcción y el uso de unos materiales adecuados. En Bergen (Noruega) no tienen azoteas en las casas porque la nieve las inutiliza, y por la misma razón, no tienen balcones sino miradores; el clima de los fiordos así lo aconseja, de modo que las construcciones además de proporcionadas y armónicas en sus formas, han de adaptarse al entorno y ser coherentes con él.

Tanto en zonas costeras, como en las montañosas o de interior las construcciones deben reunir esas cualidades de lo bonito, y si nos tapasen los ojos y nos llevasen a algún lugar de esas características, al destaparnos seríamos probablemente capaces de saber si estamos en el Pirineo o en un pueblo de la costa gallega solo con ver la coherencia de las edificaciones con su entorno paisajístico.

En un pueblo puede haber algunas casas bonitas y ser un pueblo con poco atractivo. Una quintería manchega está fuera de lugar en Pedraza (Segovia), y siendo este uno de los más bonitos de España si construimos siete u ocho de estas casas terminaríamos por arruinar una de las características del pueblo cual es su armonía y coherencia con el entorno. Puede haber calles, que durante un tramo guarden proporción en el tamaño de las edificaciones, pero si un poco más adelante construimos una casa con siete plantas habremos estropeado toda la calle. Puede que, si el color de la fachada o su revoco tengan un color determinado durante un tramo y entre medias colocamos dos edificios de ladrillo visto al lado de otros de pared blanca, habremos roto la armonía y la uniformidad, lo mismo que si rematamos los zócalos en añil al lado de otros en gres o piedra.

Es posible que cada casa considerada individualmente tenga alguna razón de ser, pero un pueblo es algo más que unas cuantas casas unas al lado de otras, me refiero a un pueblo bonito, armónico y coherente. Lo mismo sucede con el mobiliario urbano; farolas, bancos recipientes de recogida de basuras etc. que deberían guardar una estética y no estar colocados al tuntún. Hay plazas (como la de Tomelloso en Daimiel) que tienen más recipientes para basura que bancos para descansar, y algunos de estos recipientes, están colocadas al lado de edificios emblemáticos o de nuestras iglesias estropeando la vista de conjunto. Un iglú verde de recogida de botellas al lado de la fachada inmaculada de nuestro mercado por poner un ejemplo. Lo mismo sucede en San Pedro por el lado de la calle Prim por poner otro. Los ejemplos de falta de coherencia son múltiples por todo el pueblo donde conviven fachadas que podrían pertenecer a Garachico en la costa tinerfeña, con otras que parecen de una urbanización en Cullera, o un barrio de Alcobendas en Madrid, todo esto crea un estilo impersonal en el pueblo y las barriadas que las hace poco atractivas.

Con los tejados sucede lo mismo, y una vista aérea del pueblo determinaría la variedad de tipos utilizados, en las aceras sucede algo parecido; tal vez falte una normativa municipal que contemple estos aspectos, que se preocupe por la armonía y la proporción, que facilite algunas indicaciones acerca de cómo preservar la identidad de calles y edificios dotándolos de coherencia. Ciertamente, Daimiel tiene singularidades entre su fisionomía urbanística, pero el conjunto es deslavazado y olvidado de la mano de Dios. Me temo que, durante mucho tiempo, se ha dejado de lado este asunto, y ahora volver a meter la pasta dentro del tubo puede ser una tarea titánica, pero alguien en algún momento tiene que abordarla; el pueblo y sus gentes lo merecen.

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