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José Ignacio García – Muñoz (Queche)
Pepe Illo, fue una de esas personas a las que superó el personaje. Hombre extrovertido, generoso, y con capacidad para conectar con la gente, llegó a tratarse con la nobleza como un igual, y era admitido en todos los círculos sociales pese a ser prácticamente un analfabeto que a duras penas conseguía ir más allá de su propia firma, pero he aquí las cosas de la vida, escribió el primer tratado de tauromaquia de la que hubo dos ediciones,( 1796 y 1804) y que evidentemente dictó a alguien, resultando ese alguien José de la Tixera gran amigo del torero. En el tratado se consignaban las diferentes suertes y los cánones que preconizaba Illo, y que abarcaban todos los aspectos de una corrida de toros sentando una de las bases para la moderna concepción de la fiesta; desde como torear a la verónica, a cómo evitar ser prendido por el toro. Los tipos de toro de los cuales Illo distingue a seis, la forma de picar a caballo y a pie. Como ofender al toro y defenderse. Toda suerte de filigranas y adornos a los que tan inclinado era el torero. Recortes y suerte del volapié…En fin, un completísimo tratado para la época, rematado con un glosario de términos taurinos (muchos de ellos vigentes) de lo más curioso, y otro de la jerga particular de la fiesta igualmente actual.

Nació Pepe Illo, o Hillo, o Pepiyo… ya que no está claro cuál de ellos es el auténtico, aunque si nos hemos de fiar de alguno, tendrá que ser el nombre con el que firmaba los contratos: Josef Delgado. Nació decíamos, en Sevilla en marzo de 1754, y murió en Madrid en mayo de 1801 en la plaza de toros de la puerta de Alcalá que estuvo situada en lo que hoy son la confluencia de las calles Claudio Coello, Serrano y Conde de Aranda, construida sobre lo que fue un quemadero de la Inquisición, y auspiciada por Fernando VI para esparcimiento del pueblo. Tuvo a bien construir la mencionada plaza permanente en materiales perdurables; ladrillos, cal, yeso, cemento y madera, y en ella, el toro “Barbudo” de la ganadería salmantina de D. José Rodríguez de Peñaranda de Bracamonte, acabó con la vida de nuestro protagonista.
Además de las crónicas de la época, tuvimos un testigo de excepción de la mortal cogida en D. Francisco de Goya y Lucientes, que plasmó la tragedia en una de sus estampas dedicadas a la tauromaquia, concretamente en la número 33, y es tal la fidelidad con que lo hace en este, y en otros dos grabados que en su momento no vieron la luz, que todo hace pensar que el genio de Fuendetodos estuvo presente en el festejo.

Se lidiaban aquel día 16 toros de distintas ganaderías; 8 colmenareños, 6 de Villarrubia de los Ojos, y 2 de Peñaranda de Bracamonte, y dicen también las crónicas que el propio Pepe Illo, se acercó a caballo al Arroyo Abroñigal donde pastaban los toros de la corrida, y le dijo al vaquero que le apartara para el uno que se había adelantado a los demás: “Tío Castuela, ese toro para mí” algo que ahora no se puede hacer, pero que en la época no era infrecuente. Después de trastear al toro que no había recibido durante la lidia más de cinco varas( de las de entonces), terminó con dos naturales y uno de pecho, y se aprestó a matarlo ( no nos cansamos de repetir, que aquellas corridas nada tenían que ver en su estructura con las de ahora).

Como el toro no se arrancaba, illo decidió matarlo al volapié, dejando una media estocada, pero resultando prendido en el encuentro, y quedando conmocionado en el suelo boca arriba hecho este que favoreció el que el toro encelado con él, lo empitonara por la boca del estómago levantándolo del suelo, y campaneándole en el aire durante unos segundos interminables en los que como refleja Goya en sus grabados, ni Pedro Romero ( que compartía cartel aquel día) ni los demás subalternos consiguieran hacer el quite, y para cuando lo lograron, la cornada o cornadas, habían producido destrozos en el pulmón, cavidad abdominal, siete costillas rotas y un destrozo de vasos sanguíneos que llevaron a la muerte a Pepe Illo al cabo de 20 minutos de durísima agonía.

Atrás quedaron las disputas con su maestro Costillares, y con Pedro Romero sus rivales en la plaza, y a su sepelio acudió en masa el pueblo de Madrid donde está enterrado; concretamente en la cripta de la iglesia de San Ginés de la calle Arenal cerca de La Puerta del Sol, en la capital de España; una iglesia llena de historia, y que guarda el acta matrimonial de Lope de Vega e Isabel de Urbina que allí se casaron, y que también contempló el bautizo de Quevedo, o la boda del hijo de Goya . Un torero revolucionario y evolucionista que cambió para siempre la fiesta de los toros.