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Manuel Molina
Blanco. Enero. Comienzo. Como el papel en blanco que espera sostener una historia. Que aguarda las letras que irán componiendo los capítulos donde alguien sueñe con nuevos mundos y metas cumplidas. Que sean cubiertas en soledad por el escritor que solo busca explicarse a sí mismo. Que después sean leídas en la simplicidad de un sillón mientras en la calle vuela el confeti por las aceras y las botellas vacías de champán pueblan los contenedores. Que los personajes nos recuerden tal vez la belleza de la juventud y las largas noches de fiesta. A los viejos amigos de infancia y a los amores que se marcharon. O que nos confirmen que la madurez nos ha moldeado porque hemos tenido la suficiente valentía para dejar fuera de la maleta las piezas que no encajaban. Esa hoja en blanco que se irá poblando como las ramas de los árboles que esperan en silencio la primavera.

Blanco como el lino de un lienzo que es el espejo del pintor. Donde el artista se enfrenta a sus sentimientos, miedos y pasiones. Que ve en esa tela apoyada en el caballete la oportunidad de volcar con color un universo entero. De sacar desde sus tripas hasta el pincel un dibujo que termine por convertirse en una obra fija, como la fotografía de aquella Nochevieja donde estaban todos. O las que vinieron después con los nuevos amigos y los niños pequeños. Solo basta el primer trazo de pincel para crear a partir de la nada.
En blanco está el almanaque (siempre me gustó esta palabra) que se cuelga en alguna pared. Que irá completando sus casillas con apuntes, fechas de aniversario, cumpleaños y vacaciones. Que pasará sus láminas despacio, pero a una velocidad que, sin darnos cuenta, nos pedirá pronto que colguemos un sustituto. Quizás ese almanaque pase a ser sin saberlo como el que recordamos en la casa de las abuelas. Ese que adornaba en las cocinas donde nos ofrecían los dulces y nos consolaban las penas. La foto con un año grabado que ha permanecido en nuestra memoria porque bajo ella fumaba el abuelo o se cosían remiendos con mandil.

En blanco también están las sienes de aquellos que han comido muchas docenas de uvas y que, aun así, celebran cada año como un nuevo comienzo. Como el que lee el libro o pinta el cuadro con la esperanza de llenar cada momento de una nueva ilusión. Que no se rinden ante las tramas y giros que nos trae la vida o que no renuncian a crear un nuevo color a pesar de haber realizado todas las mezclas en la paleta.

Blanca es una nueva Navidad donde tu hijo juega sentado en el suelo. De pie, dando sorbos a un café con leche lo observas mientras suena de fondo el Concierto de Año Nuevo en la televisión. Su futuro es blanco como todas las esperanzas que se abren un uno de enero. Él, sobre una alfombra despliega todo el poder de la imaginación creando aventuras con la simple herramienta de un juguete. Esa es la esencia de la infancia (y de la vida), todo es posible si mantenemos la intención de completar el blanco con nuestros sueños.
1 de enero de 2025