521 visitas, 1 visitas hoy
Paki García Velasco Sánchez
Cuando la Navidad llega, los recuerdos cálidos de las Navidades pasadas nos envuelven…porque una Navidad, nunca se olvida.
La Navidad siempre ha sido un momento muy especial, un rincón del año donde el calor de hogar se siente más intenso. A medida que se acerca esta festividad, las luces brillantes y los aromas a dulces recién horneados, nos envuelven en una atmósfera mágica que nos transporta a nuestra niñez.

Recuerdo aquellos días de años pasados, en los que la familia se reunía alrededor del árbol, ese árbol decorado con esmero con aquellos adornos de cristal que brillaban gracias a las diminutas y parpadeantes luces multicolor, y en donde a sus pies, cada regalo envuelto en papel brillante, era un tesoro por descubrir.
Cada uno de esos adornos contaba una historia, un recuerdo, y juntos, creaban una escena deslumbrante que hacía que la Navidad se sintiera aún más especial, un espectáculo que llenaba nuestros corazones de alegría.
Recordamos las cenas familiares, donde las mesas estaban repletas de manjares y las conversaciones fluían entre risas y anécdotas. En esos instantes, el tiempo parecía detenerse, y todo lo que importaba era estar rodeados de nuestros seres queridos.

Y no solo la Navidad, sino también la Noche Vieja, donde la tradición de las doce uvas nos unía en un ritual lleno de esperanza y buenos deseos para el año que comenzaba. Cada uva, un deseo; cada campanada, una promesa de nuevos comienzos. La familia se reunía, riendo y celebrando, mientras el reloj, en cada tic tac y paso a paso, marcaba la medianoche.
¡Y cómo olvidar a los Reyes Magos quienes traían consigo la magia de la sorpresa y la ilusión! La espera de sus regalos era un momento culminante, lleno de expectativas y sueños. La noche del 5 de enero se convertía en una celebración que cerraba el ciclo navideño, y así año tras año, recordándonos que la magia nunca se apaga.
Y es que cuando crecemos, la Navidad puede cambiar, pero el espíritu de la celebración permanece. Las tradiciones familiares se transmiten de generación en generación, y aunque algunos de nosotros ya no seamos niños, la fascinación que sentimos sigue siendo la misma. Es en esos momentos, rodeados de nuestros seres queridos, donde encontramos la verdadera esencia de la Navidad.


Y es que la Navidad no solo es una fecha en el calendario; es un viaje a través del tiempo, donde la niñez y la familia se entrelazan en un abrazo cálido, recordándonos que sin importar cuántos años pasen, siempre encontraremos en nuestros seres queridos un refugio incondicional. Ya que en cada risa compartida y en cada recuerdo evocado, la esencia familiar brilla con más fuerza.

A medida que avanzamos por este camino de recuerdos, surgen también momentos cargados de melancolía. Son instantes que nos acercan a quienes ya no están, a los que hemos perdido, a aquellos cuyas risas ya no resuenan en nuestras celebraciones, pero cuya esencia permanece entre nosotros. Sin embargo, incluso en la tristeza hay belleza; su memoria vive en cada tradición que seguimos, en cada canción navideña que entonamos, en cada recuerdo de ellos que evocamos. Porque ellos viven en nosotros, formando parte de nuestra memoria, y siempre ocuparán un lugar especial en nuestras celebraciones.

Por lo tanto, mientras nos sumergimos un año más en esta temporada festiva, permitámonos sentir esa mezcla de emociones. Abracemos los recuerdos dulces y amargos por igual; son parte de nuestra historia personal. Y al hacerlo, quizás descubramos que la verdadera magia de la Navidad reside no solo en lo que hemos vivido, sino también en lo que aún está por venir.
¡FELIZ NAVIDAD A TODOS LOS LECTORES DE DAIMIEL AL DÍA!!