LA MESA CAMILLA

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José Ignacio García-Muñoz (Queche)

Cuando uno, acuciado por la nostalgia; ese síntoma inequívoco de que al reloj de la vida se le va gastando la cuerda, sube al desván de los recuerdos, se encuentra a menudo con que la memoria, nuestra fámula particular de la cabeza, ha descuidado sus deberes y una capa de polvo, a veces fina, a veces más gruesa, se ha depositado sobre el álbum de nuestra vida.

Con cuidado, para no romper el delicado equilibrio entre lo verdadero y lo imaginado, vamos soplando el filtro del tiempo, tratando de recomponer las fotografías de nuestra vida que son los recuerdos, y es entonces, cuando la memoria deja el plumero, y se sienta a nuestro lado para ayudarnos a evocar.

A menudo las páginas no están ordenadas, (al menos tengo que reconocer), en el caótico libro de mi existencia, pero hay una que no importan los años que pasen, siempre conserva el color como el primer día en que la resguardé bajo el papelillo de seda de las emociones. Saco del bolsillo las gafas de ver recuerdos de lejos, y ayudado por la memoria empiezo a identificar a quienes aparecen en ellas.

– ¡Mira los tíos!… y esta es la abuela.

– La que está al lado con el vestido negro, es la vecina… Andrea creo que se llamaba

– Y la que reparte cartas, interviene la memoria, es tu madre…Que guapa era.

– ¿Y ese que está en el suelo empujando un cochecillo? ¡Coño ese soy yo!

– No digas palabrotas leche.

Poco a poco, vamos poniendo nombre a los personajes, reconociendo los muebles, especialmente el aparador castellano de recia madera y cubierta de mármol en cuyos cajones cubiertos por un paño se guardaban los dulces de semana santa. En la parte superior de aquel mueble descansaban diferentes retratos de familia. Gente de poblado mostacho, y prendas de grueso paño enmarcadas en fondo sepia, que un día, también formaron parte de ese grupo que ahora, se reunía en torno a lo que muchos consideran el mueble que representa por antonomasia a la familia: la mesa camilla*, y su inseparable compañero el brasero.

Alrededor de esas gruesas faldas, y al calor del picón o del hornillo, se han contado historias; unas ciertas, y otras no tanto. En la mesa camilla no había escapatoria si mentías porque en la mesa camilla se mira siempre de frente Se han rozado los pies muchas parejas de novios, y se han producido “cabrillas” y han protestado las varices. Se han incendiado, o también quemado por fumadores descuidados. Se han jugado con aquellos manoseados naipes interminables partidas de cartas, o se ha cabreado uno cuando le han comido en el parchís. En los largos atardeceres invernales, la mesa camilla ha sido refugio de nuestros mayores, y resulta difícil separar la imagen de las abuelas y abuelos, de aquel círculo mágico en torno al cual hacíamos los deberes, o escuchábamos interminables historias que han engrosado nuestro bagaje. Se han bebido centenares de copitas de jerez con pastas, o se han compartido comidas y cenas. Se han leído libros, y cartas de amor, o de familiares lejanos, y por qué no decirlo, se han derramado sobre el hule protector algunas; que digo algunas ¡muchas lágrimas! Se ha arreglado el mundo tras ponerlo patas arriba, se ha hecho punto, y se han zurcido calcetines, pantalones, y cualquier cosa susceptible de ser cosida por aquellas madres y abuelas que todo lo podían.

Al abrigo de aquella mesa, el mundo era más amable, fuera de él, reinaban el frio y el desamparo, dentro la aceptación y el calor familiar, la acogida y la hospitalidad. Incluso las formas amplias y redondeadas recuerdan la silueta de una gran madre, acogedora y protectora. Le debemos mucho a la mesa camilla, ese mueble humilde alrededor del cual, más que en ningún otro, se ha forjado la historia de muchos de nosotros, de muchas familias, de todo un país. Pero esta página de nuestro álbum particular, tiene un complemento del que hablaremos en otra ocasión; la radio, sin la cual muchos, no concebimos el día a día.

  • La mesa camilla, tiene sus orígenes en la Edad Media en lo que se llamó: La “Mesa Cubierta” al adoptar las costumbres de Grecia Y Roma de organizar banquetes y cubrir con manteles o gruesas telas los ásperos tableros con los que confeccionaban las mesas.
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