UNAS VOCES EXTRAÑAS

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Ángel Vicente Valiente Sánchez-Valdepeñas

No se trata de una narración inventada. Lo que voy a contar sucedió realmente, verdaderamente en nuestro pueblo en 1977. Es posible que hayan ocurrido también aquí otros episodios semejantes, de los que no tenemos noticia alguna. Pero de este sí tenemos conocimiento. Como todo suceso del pasado, necesitamos reconstruirlo haciendo uso de diversos medios, algunos más fiables que otros. En cualquier caso, es muy probable que lo realmente sucedido haya sido más complejo de lo que hemos llegado a saber.

Comencemos por el principio. En 1976 Televisión Española comenzó a emitir un programa singular. Se trataba de Más allá, dirigido por el doctor Fernando Jiménez del Oso. Pertenecía a lo que habitualmente se conoce como “periodismo de misterio”. Podría parecernos hoy que su contenido no tenía nada de sorprendente. Pero conviene recordar la fecha en que se emitió, para situarlo en su contexto adecuado. En aquel tiempo las familias se reunían en casa para ver la televisión. Por la noche, después de cenar, nos disponíamos todos juntos a ver la programación escueta y simplona que nos ofrecía TVE en blanco y negro. Una costumbre, dicho sea de paso, que desgraciadamente se va perdiendo a pasos agigantados.

El programa Más allá comenzó su andadura en TVE2, que por entonces suponía una verdadera novedad. Su contenido consistía fundamentalmente en comentar temas como los extraterrestres; pero también incluía otros como el ocultismo, espiritismo, fenómenos inexplicables, etc. El doctor Jimenez del Oso hablaba con mucha naturalidad, sin aspavientos, ni posturas forzadas; muchas veces comenzaba el programa fumando un cigarrillo. Con voz serena y pausada hablaba de los temas más inverosímiles y sorprendentes. Invitaba a algunos especialistas en los diversos temas que iban a tratar. De tal manera que el público se fue acostumbrando a ver con cierta naturalidad estos temas, por extraños que fueran.

Pues bien, con este ambiente de fondo tres jóvenes de nuestro pueblo comenzaron a interesarse con mucha avidez por todos estos temas. Uno de ellos contaba con una casa que había quedado abandonada tras el fallecimiento de una tía suya. Allí se reunían con frecuencia los tres amigos para jugar al ajedrez, leer tebeos y fumar algún cigarrillo. La casa seguía teniendo el mismo aspecto que antes. Los mismos muebles, los mismos cuadros, los mismos espejos. Y un cierto aire de tranquilidad y sosiego. En cierto modo se puede decir que la presencia de su tía seguía recorriendo la casa.

Un día uno de ellos propuso la extraña idea de grabar en uno de los radiocasetes, que por aquel tiempo se solía tener en las casas, el ruido del ambiente, tal y como había sugerido alguno de los contertulios del programa Más allá. Al principio los otros amigos respondieron con sonrisas y carcajadas. Pero finalmente aceptaron el reto. Ya se sabe que los jóvenes son muy atrevidos, audaces y , a veces, imprudentes. El procedimiento consistiría en dejar grabando el radiocasete por la noche , cuando ellos no estuvieran en la casa, y escucharlo al día siguiente. Y así lo hicieron.

Compraron cintas sin grabar y las insertaron en el radiocasete. Repitieron el procedimiento a lo largo de varios días, sin ningún resultado digno de comentario. Solo escuchaban el sonido sordo de la grabación. En algún caso lograron grabar algún eco de la calle, por ejemplo el ruido del motor de un coche o de una motocicleta, incluso alguna charla entre vecinos. En fin, nada digno de mención. De tal modo que estaban dispuestos a abandonar el experimento, ante la decepción general. Pero, como suele suceder con frecuencia, al final llegó la sorpresa.

Un día regresaron a la casa y escucharon el sonido que habían grabado durante la noche. Entonces, ante el asombro general, escucharon unas frases que se repetían en la grabación. No pertenecían a ninguna persona que hubiera transitado por la casa aquella noche, ni tampoco fuera de la casa. Pero allí estaban incomprensiblemente esas palabras que se repetían. De la sorpresa pasaron al miedo.

Como no sabían qué hacer, ni a quién consultar llevaron la grabación a un sacerdote del pueblo y éste, después de escucharla detenidamente varias veces, les aconsejó que no volvieran a realizar semejantes grabaciones. Les recomendó además que las destruyeran y que no comentaran el suceso con nadie. Las frases que se repetían varias veces eran: “Vosotros también vendréis aquí. Haced el bien mientras podáis.”

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