HOY ES UNO DE ESOS DÍAS….

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Paki García Velasco Sánchez Morago

Para Carmen, por todo, por tanto…

No es de extrañar que digan que un perfume o una canción son las mejores máquinas del tiempo que existen. En un suspiro, nos pueden llevar a lugares de nuestro pasado haciendo así que revivamos esos momentos o recuerdos que, buenos o malos, quedaron grabados en lo más profundo de nuestra memoria para siempre.

Hay algo mágico en cómo esas pequeñas cosas pueden devolvernos un pedazo de lo que vivimos, de lo que fuimos, y así hacernos sentir como si nunca hubiéramos dejado de estar ahí.

Esto es justo lo que me ha sucedido hace un momento en casa. El día con su tono gris y apagado, parecía reflejar el eco de mis pensamientos, y ha sido entonces cuando de repente, la voz de SADE ha comenzado a sonar en la radio. Al escuchar esas notas de nuevo, mi mente ha comenzado con un viaje al ayer, llevándome así de vuelta a esos recuerdos que, aunque lejanos, aún siento tan vívidos, como si el tiempo no hubiera pasado. Todo ha sucedido tan de golpe, tan intenso, tan inesperado…

Y de nuevo he vuelto a verme en la peluquería de mi querida Carmelilla, ¡mi Carmen!, en aquellos días donde yo era una lavacabezas y aprendiz más (de las muchas que había por entonces), en el difícil arte de arreglar el cabello de nuestras clientas y clientes, que también sea dicho de paso, alguno que otro nos visitaba.

¡Qué buenos ratos pasamos allí, entre esas cuatro paredes de la parte de debajo de su casa que albergaban la peluquería! Era un lugar sencillo, pero lleno de vida. Cuánta gente conocí, cuántas historias se cruzaron en ese espacio, y, sobre todo, cuánto se aprende cuando tienes una buena maestra. Desde secar el pelo y darle forma, a aplicar un tinte o unas mechas, e incluso hacer una permanente o «sonriza», como la llamábamos entonces. Cada día era una lección, no solo de peluquería, sino de vida, compartiendo risas, confidencias y aprendizajes.

De todo lo que recuerdo de aquello, lo que más se me viene ahora a la cabeza y por poner un ejemplo, son las mechas. Y es que no se realizaban como ahora que te las hacen con papel albal, noooooo, yo tenía que poner el gorrillo de plástico ese que parecía un sombrero de los años veinte, y con una aguja de ganchillo, mucha maña y destreza, ir sacando por los agujerillos mechones de pelo según el grosor del que se quisiera la mecha o reflejo. Y no os creáis que era fácil, que ¡vaaaaa!!, ya que si apretabas un poco más de la cuenta le podías hacer a la clienta un bodoque en la cocorota, o si se movía un poco y te levantaba la cabeza, su ojo se le podía quedar “ensartao” en la aguja, como si se tratase de cualquier “acituna” en una copa de Martini. Ya os digo que había que tener mucho cuidaico, que no era hacer cadeneta o punto pelota como tal, noooo, esto era maestría en estado puro.

Y una vez terminado todo el proceso que venía después, quedaba lo mejor, ¡quitar el gorro!!

¡Madrelamorhermososubidaalaermitaverde!, no os podéis imaginar que tirones se daban para sacarlo, sobre todo si tenías el pelo largo. Había que sujetarse la cara porque se descolocaba toa ella del tirón, se subía un ojo parriba mientras la boca se te iba pa la oreja izquierda, en tanto la nariz se quedaba espatarrá del tó …..josusssss, ¡lo que había que sufrir pa estar guapas!… (nota mental mía, que pena que no hubiera por aquel entonces teléfonos móviles para haber dejado constancia de todo aquello jajaja)

Y cuando llegaba Semana Santa, ¡aquello era una locura!! El trabajo se multiplicaba de lo lindo y no había ni un hueco libre, recuerdo que el Jueves Santo empezábamos de madrugada y terminábamos a media tarde, ¡aquello era un no parar!… pero nos lo pasábamos genial. Además, contábamos con el añadido de que la madre de Carmen nos bajaba torrijas de vez en cuando, y no veas como nos daba la vida y nos recomponía el cuerpo aquel chute de azúcar y miel, ¡que buenas estaban!!

Y luego estaba mi pelo, que esa es otra, en todos los años que tengo (y ya son unos pocos), nunca he ido tan peinada como por aquel entonces, a pesar del cansancio que se acumulaba de toda la semana, no había finde o fiesta de guardar que mi Carmelilla no me dejara la cabeza a punto, ¡mi melena a lo leona!!; que, aunque no lo creáis, había que saber llevarla, que no cualquiera podía con aquellos pelos jajaja

La verdad es que fueron años muy bonitos y así, entre clienta y clienta teníamos nuestras meriendas, nuestras músicas con esas canciones que siempre sonaban de fondo desde la habitación de al lado, y como no, ¡nuestras charlas!

Pues todo eso y más me ha traído a la cabeza esta cancioncilla. Recuerdos de aquellas tardes grises escuchando al unísono el sonido de la lluvia y la suave música de Sade, esas tardes en las cuales pasábamos las horas con mil y una conversaciones porque más de una clienta se rajaba y dejaba de ir a peinarse, aplazando para otro día su turno, porque con ese tiempo no lucía la «peinaura»

Hago mía la frase del gran maestro Sabina el cual dijo alguna vez: “La melancolía es un color que no es demasiado desagradable”

Y es así, porque en esta tarde gris, de color penetrante, de un gris profundo, todo parece haberse detenido, como si el tiempo mismo hubiera decidido quedarse quieto, dejando solo este aire melancólico que acaricia los recuerdos y el eco de lo que ya se ha ido.

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