463 visitas, 6 visitas hoy
José Ignacio García-Muñoz (Queche)
Hacía ya un buen rato que el arrastrar de sillas y el cesar de cuchicheos había puesto punto y final a la tertulia delante de la puerta que, pesadamente se cerró tras la tía Emilia y la abuela Pilar .Durante un rato, llegaban a mis oídos algunas palabras sueltas de los vecinos que pausadamente, como queriendo retrasar el momento de enfrentarse con la áspera calentura de la cama caminaban hacia sus casas.
Las sentí susurrar desde arriba mientras se ponían el camisón para dormir, una tarea, que en su levedad la tía llevaba a cabo con celeridad pero no tanto la abuela, que con su rotunda figura enlutada sentada al borde de la cama jadeaba con aquella cadencia tan suya, y que el sofoco de haber subido las escaleras hasta el zaguán no contribuía a mitigar. Imaginé la menuda figura de la tía Emilia embutida en su camisón blanco, intentando ayudar a la abuela a ponerse el suyo, y tras unos cuantos suspiros, ahogamientos, y forcejeos, ambas reposaban por fin dispuestas para dormir. Pronto la casa quedó en un silencio monacal solo roto por el suave ronquido del tío Ramón que llegaba desde el fondo del pasillo.
Tumbado boca arriba, notaba como algunas gotas de sudor resbalaban por detrás de las orejas para unirse con las que las habían precedido convirtiendo la almohada en un amasijo húmedo. Hasta las arrugas de las sábanas se hacían insoportables después de dar vueltas y vueltas sin conseguir dormir. Era, como si el aire hubiese tomado una consistencia espesa invadiendo todo el espacio disponible; como un vagón del metro en hora punta donde ya no cabe ni un alma haciendo imposible que se moviese ni la más ligera brisa; ese aire se podía sentir abriéndose delante de uno para a continuación cerrase por detrás dejándote atrapado en el invisible sofoco. Me asomé a las ventanas de la galería tratando de encontrar un átomo de aire fresco, pero la fachada de enfrente devolvía a la calle el exceso de sol recibido durante el día, y solo acerté a ver como en casa de Pascuala se apagaba la última luz encendida por algún insomne. Sentí en los pies descalzos el calor de las baldosas, las mismas baldosas que en las mañanas de viernes santo te dejaban los pies helados mientras veíamos recién levantados de la cama pasar a los moraos. Entonces, después de una mirada hacia el altillo, los caballos que abrían la procesión anunciaban la llegada del nazareno, ahora, por la calle desierta solo bajaba el tiempo, un tropel de minutos interminable, lánguidos, cansados de buscar un rincón donde detenerse a dormir, hasta que chocando contra la consistente silueta de San Pedro se descomponían convirtiéndose en segundos y estos en décimas de segundo entonces, el tiempo se detenía completamente. Ese detenerse el tiempo, producía un silencio de los que pesan, que hacen que los oídos te piten y empieces a perder la noción de las tres dimensiones conocidas para quedarte envarado entre el tiempo y el silencio que a su vez, son prisioneros de la noche.
Con sigilo bajé hasta la puerta del corral y la bóveda celeste me recibió como a un actor clásico en el teatro romano. Semidesnudo, avancé sobre las piedras centenarias alumbrado por cientos de estrellas que colgaban de un firmamento azul oscuro, y ocupé un lugar sentado cerca del brocal del pozo esperando algún acontecimiento. En el enjalbegado teatro, solo un gato blanco y negro, avanzaba distraído por el lomo de la blanca paercilla que sangraba rojo adobe por sus heridas. Al advertir mi presencia se detuvo, y durante unos minutos nos observamos el uno al otro hasta que aburrido continuo su camino hacia el huerto, deteniéndose de vez en cuando solo cuando un errático murciélago pasaba cerca de él. En unas semanas, la negra mole donde se ocultaban los jaulones y la Marrodan y Rezola estaría en plena ebullición tras la vendimia, pero ahora ambas estructuras bajo el techo del jaraíz constituían una isla en medio del sofoco.
De vuelta en la casa, decidí subir a la azotea pero nada más poner un pié en el desgastado suelo supe que no era una buena idea. Desde allí se dominaba una buena parte del skyline daimieleño con San Pedro a un lado, y la blanca fachada del mercado al otro mirando hacia la calle Prim, hacia la calle Nueva, podía ver la bodega de Carlos García- Muñoz Fanega, la de casa, y el corral de Galo. Bajo la mortecina luz amarillenta de la farola que colgaba en la esquina de Monescillo, alumbrada la cara brevemente por la luz roja del cigarro, un noctámbulo veía como lentamente el humo de las bocanadas ascendía hacia la luminaria contra la que obstinada y tozuda, una estúpida polilla se golpeaba una y otra vez. Amparado en la oscuridad, me dedique a observar al desconocido que parecía no tener prisa ninguna hasta que súbitamente, comenzó a andar calle arriba y se perdió por la Plaza de San Antón. Acostumbrados al calor y la aspereza de la azotea, mis pies agradecieron pisar de nuevo una superficie lisa como la del pasillo. Del fondo seguían llegando los ronquidos de Ramón, a los que el hecho de fumar Celtas Cortos dotaban de un timbre especial; como de una bomba de trasegar manejada con desdén. En la pila de piedra de la cocina, dejé que un hilillo de agua resbalase por el cogote apaciguando el calor por un brevísimo instante, el justo para que tomase la misma temperatura de la ardiente piel formando un vapor espeso como el que hacía unas horas, subía por la fachada arriba después de regar la acera con un cubo antes de salir al fresco ¡Salir al fresco! , una expresión tan cargada de optimismo que me hizo sonreír; tal vez pasar de los cuarenta y tres del medio día, a los treinta de las dos de la madrugada, en cualquier país centroeuropeo no significaría más que la muerte, aquí , en la Mancha, le llamamos “salir al fresco”.
Al volver a la cama, di la vuelta a la almohada para evitar sentir el sudor pegajoso pero mi esperanza duró lo que tardé en sentir que el otro lado si bien seco, estaba más caliente aun.
Boca arriba y con los ojos como platos, me dediqué a proyectar en la blanca pantalla del techo la película del día, recordando la sensación que dejara el agua del albercón resbalando por mi piel después de un baño al amparo de los tres álamos que flanqueaban el oasis en medio de la llanura infinita mientras veía como en la distancia hervía el horizonte, y los gorriones se aprestaban para dormir.
Reyerta de trino y plumas
En la solitaria encina
La luz se apaga despacio
Las sombras se difuminan
Hace un momento que el sol
Ha caído al otro lado
La línea del horizonte
Se emborrona de morado
La señora de la noche
Al amparo de la luna
Se alza en silencioso vuelo
Tragedia de blanca pluma
La oscuridad se hace dueña
Pero en inútil porfía
Ella sabe que en su vientre
Se gesta la luz del día
Igual que el alba sabía
Y nunca se hizo reproches
que según ella nacía
se iba gestando la noche
Día y noche vida y muerte
noche y día muerte y vida
La cuerda de mi reloj
Se va gastando sin prisa
La vida se va pasando
Se va pasando la vida
La luz se apaga despacio
Las sombras se difuminan
Reyerta de trino y plumas
En la solitaria encina.
Quedé en ese lapso de tiempo en el cual los problemas parecen adquirir una dimensión más trágica, y asuntos que a la luz del día resultan baladíes, en la soledad cósmica de la noche manchega se presentan como molinos convertidos en gigantes
Los segundos son minutos
Y los minutos son horas
Cuando viene la señora
De la noche a visitarme
De mis pobres desvaríos
No sé si quiero acordarme
Que van como baja el rio
Cuando se sale del cauce
Me sorprende la mañana
Con sus rayos furibundos
Entrando por la ventana
Iluminando este mundo.
De sus luces yo me inundo…
Y Como por arte de magia…
Las horas ya son minutos
Y los minutos segundos
Una leve, apenas perceptible brisa, agitó el visillo, y el tiempo antes detenido se puso en marcha. Por la ventana, se coló el sonido apagado de una galera bajando por la calle. Pronto, Juan Manuel y Antonia estarían manos a la obra en la churrería Alcázar, la tía Pili trajinando en la cocina, y la tía Emilia de riguroso luto dirigiría sus pasos a la primera misa de la mañana. Poco a poco me fui quedando dormido; había sobrevivido a otra noche.