¡QUE SE BESEN LOS NOVIOS!

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Ángel Vicente Valiente Sánchez-Valdepeñas

En los años cincuenta y sesenta las bodas en nuestro pueblo, como en otros pueblos de España, seguían un ritual establecido desde tiempo inmemorial. Es el paso de la soltería al matrimonio. Un paso que produce nerviosismo, temblores y sudor frío en los contrayentes, también ilusión. Algunas de las fases de este ritual pueden producir una sonrisa en el lector, al contemplar tanta inocencia. Pero creo que la inocencia, la humildad y la sencillez han sido y siguen siendo los pilares más sólidos del matrimonio.

Uno de los momentos de ese proceso era la presentación en sociedad de la dote de la novia. Desde la adolescencia le iban guardando a la novia juegos de cama, toallas, trapos de cocina, camisones, etc. Las mantelerías bordadas se realizaban por profesionales del bordado, como en la casa de la tía Rosario.

Unos meses antes de la boda se hacía la pedida de mano de la novia. Momento singular e interesante en el que se daba un paso decisivo hacia el compromiso matrimonial. La pedida de mano se realizaba en la casa de la novia. Estaban presentes los padres y hermanos de los novios. Preparaban una comida especial y los padres del novio ofrecían a la novia un obsequio importante. A veces se trataba de dinero, pero lo más frecuente era un anillo o una pulsera de oro. Muchos novios tropezaban al entrar en la casa, otros tropezaban al salir, pero todos permanecían mudos, sin saber qué decir, ante la mirada inquisitorial de los padres de la novia. Claro que para eso estaba la novia, para tranquilizar y animar a su amado, que contemplaba el acontecimiento con la mirada perdida.

Después de elegir el lugar en el que se iba a celebrar el banquete, las dos familias hacían una lista de invitados. Entre ellos estaban los principales familiares y amigos. El banquete tenía lugar habitualmente en la casa de los padres o de los abuelos, siempre que fuera una casa grande. A ser posible, se prefería una casa que tuviera un patio amplio.

Era necesario preparar sillas, mesas, fuentes, sartenes, jarras, etc. Se buscaban entre los vecinos del barrio sillas y mesas. En la comida se utilizaban “fuentes de vaciar”, para dos o tres comensales. Los que utilizaban platos individuales eran los niños y los ancianos que ya estaban un poco pachuchos.

Con antelación suficiente se buscaba una cocinera de bodas ( por ejemplo, La Boni). Antes del día de la boda pelaban las gallinas y las troceaban. Llegado el día se ponían a hacer los guisos. Normalmente arroz con pollo. A veces se compraba una tarta en La Duquesita. Los comensales llegaban con su cubierto en el bolsillo.

El vestido de la novia lo hacían en Daimiel modistas profesionales. Previamente la novia y sus familiares habían visto unos figurines para elegir el diseño del vestido. Habitualmente adquirían la tela en Los Blancos, así como el velo de tul. El novio no podía ver el vestido de la novia.

En la mayoría de la bodas de aquella época se invitaba a un grupo de músicos, que con un acordeón , guitarras y varias bandurrias interpretaban jotas manchegas o temas procedentes de las antiguas estudiantinas. Los novios, después de la comida, hacían el primer baile ante todos los invitados. Las mujeres mayores se decidían después a bailar, junto con algunas muchachas jóvenes. Los hombres eran más reacios al baile. La boda era una buena ocasión para que los jóvenes se conocieran, cumpliéndose así el refrán “De una boda sale otra”.

El momento culminante del banquete era la consabida petición de los invitados: “¡Que se besen los novios!”. No eran besos de película americana. Todavía no se habían extendido los besos desenfadados o apasionados de los actores y actrices de Hollywood. El beso de los novios siempre ha sido el sello definitivo de la ceremonia. No así el beso de los padrinos, que en aquellos tiempos no era habitual. Más aún, se veía con malos ojos.

La luna de miel en aquella época era de lo más sencillo. Nada de viajar a California ni a Nápoles. Aquí mismo, al lado de casa, en alguna vivienda prestada iniciaban los novios su navegación por el mar de la vida.

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