PIE FRANCO. Capítulos XIII y XIV

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José Ignacio García-Muñoz (Queche)

Eran más de las diez de la noche en el reloj de San Pedro, cuando Juan con el perro se dirigía a la viña. A través del cierre a medio bajar, pudo ver luz en la tienda de Josefa en la calle Manzanares, una tienda a la que acudía cuando era chico enviado por su madre. La niebla se iba haciendo cada vez más densa, y por el escape del coche, como un tropel de fantasmas, salían girones de humo que parecían perseguir al 4L hasta que la velocidad los hacia dispersarse. En el Paseo del Carmen, la niebla era tan densa que no se veía la plaza de toros, y solo a la altura de Las Brujas, algunas luces se adivinaban entre la bruma. Cruzó el Azuer, y se internó en un mundo de tinieblas. Más allá de la luz que proyectaban los faros, se abría un abismo negro en el que como espectros atados a la tierra un ejército de cepas resistía la helada. Quedaban unas decenas de metros para llegar al desvío hacia la casilla, y el barro y las piedrecillas golpeaban los bajos del Renault que avanzaba lentamente. Con el parabrisas mojado por la niebla Juan, accionó los limpias, pero lo único que consiguió fue organizar un barrizal en el cristal que le obligó a parar para limpiarlo desde fuera. Dejó el motor en marcha y buscó en el maletero algo con que limpiar el desaguisado mientras Sultán, un cruce de podenco y mastín, se quedó mirando con las orejas tiesas y el pelo del lomo erizado hacia el lugar donde torcía el camino, más allá de donde los faros alcanzaban a iluminar. Juan interrumpió su búsqueda cuando escuchó al perro gruñir.

– ¿Qué pasa Sultán? ¿Qué hay ahí?

Los gruñidos dieron paso a los ladridos provocando oleadas de vaho que, al salir de la boca del animal la luz del coche atravesaba; pero por más que se esforzaba, no conseguía ver más allá de unos pocos metros. -Debe ser una liebre-  dijo para sí, y finalmente con la ayuda de un saco de arpillera vacío consiguió limpiar el cristal. Acababa de poner primera y quitar el freno de mano cuando una aparición surgida de las tinieblas, pasó al lado; una luz débil y amarillenta que enseguida se perdió en la niebla, y que el ruido del diésel le había impedido oír aproximarse. Solo el pequeño faro trasero de color rojo se hizo visible durante unos instantes antes de tragárselo la noche. En poco tiempo, llegó hasta la casilla, dejó a Sultán suelto en su interior, y volvió hacia el pueblo pensando por el camino quien sería el fantasma. Desde luego alguien no conocido, porque no pararse a esas horas a saludar resultaba extraño… salvo que no quisiera que le reconociesen. Hizo un repaso rápido del día, y recordó los tordos volando asustados, recordó el día que descubrió la bodega y como le pareció escuchar a alguien. Recordó las pisadas que había borrado en la puerta y la mancha de gasolina, recordó la Derbi en el cementerio el día del entierro y la mancha de gasolina, lo mismo que el día que fue a ver al médico, la misma moto estaba apoyada en la pared de enfrente con la mancha de gasolina debajo.

-La verdad, es que me estoy encontrando con esa moto cada dos por tres. No sé cuántas Derbis puede haber en el pueblo, ni que cojones hace por aquí a estas horas, pero mañana me voy a enterar.

A la mañana siguiente Juan subía por la calle Prim. La blanca fachada del mercado se distinguía con su pared rugosa pese a que la niebla todavía reinaba en las calles, y en su interior se afanaban los comerciantes colocando sus puestos. Saludó a “Carco” que cargaba con una pesada carga de sus sabrosos chorizos –¡Con Dios Juan! -. Pasada la plaza de San Antón, tras coronar el “altillo”, se detuvo en un pequeño taller de motocicletas que regentaba Magan situado a la izquierda de la calle.

Buenos días Juan.

Buenos días tocayo.

-Mira, quería que me aconsejaras.

Pues tú dirás.

Es que estoy pensando en comprarme una motillo para ir a la viña y hacer recaos. Una moto pequeña que no gaste mucho, pero si puede ser que no sea nueva. ¿Tú sabes de alguien que tenga un derbi de esas pequeñas y que la venda?.

Entonces quieres una Derbi ¿por alguna razón particular?.

No, es que esa me hace gracia. Una modelo antorcha por ejemplo ¿Cuánto puede valer nueva?.

Esas son duras como piedras, aunque no corren mucho. Deben costar unas 33000 pesetas.

¡Leche! Pues sí que son caras; si un seiscientos debe costar alrededor de las 65000.

No sé si alguien la quiere vender. Aquí vienen unas cuantas, y la verdad es que no se rompen mucho si las cuidas bien, aunque a veces el Dell ‘Orto tira gasolina.

Hay un señor que tiene una que le está dando guerra con eso, se rebosa la cuba y tira la gasolina.

A lo mejor la vende ¿es muy caro de reparar?.

-No creo, pero es un poco dejado. Habría que desmontar y a lo mejor cambiar la cuba.

¿Sabes cómo se llama?.

Creo que Anselmo. Muchas veces toma el aperitivo en el Circulo, en la calle Fontecha.

Creo que ya sé quién me dices Uno así mal encarao, que tiene el campo cerca del nuestro.

Debe ser el mismo. Siempre está con un cigarro en la boca. Ese echa más humo que las amotillos. Ahora, que la tiene trucá, por eso le tira gasolina. Se gasta menos que un ciego en novelas, y se lo hace él to; además, siempre va a espolillo a tos laos. Si la vende, no le des más de diez mil pesetas y un patacón; que con eso tienes para muchos pitos y altramuces…piénsatelo.

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