1,066 visitas, 2 visitas hoy
José Pozuelo
El viento se conjura en un remolino…
Diría que comenzó hace cuatro días cuando en este calor incipiente me devanaba los sesos con mi siguiente aportación al periódico local. Es más apropiado decir que comenzó cuando caminaba hacia el parterre, como antídoto a la página en blanco, siguiendo la brisa que hacía ondear mi camisa. Por las calles, me dejaba mecer por ella, atendía sus direcciones en cada chaflán, la escuchaba incomodar a la flora y alborotar, hasta que formó un torbellino entre los brazos del olivo de la plaza. Y paró en seco. Reconozco que me asusté cuando todo lo que antes sostuvo, apenas un segundo antes, se desplomaba al unísono con perfecta verticalidad. Sí, ahí ocurrió, un objeto llamó mi atención bajo el solitario árbol y al acercarme, lo vi; un sobre (el maldito sobre) cerrado, inmaculado, reposando como una hoja seca más. Juraría que lo vi terminar de caer…
No sabría explicar por qué, lo oculté nada más lo tuve en la mano, pienso que influido por las condiciones de secreta intimidad en las que me fue dado encontrarlo. Tomé como una señal personal haber encontrado algo que leer, un mensaje encerrado, dirigido de una persona a otra, cuando yo salía a caminar en busca de ideas. Como si ese sobre contuviera una información confidencial que me había sido entregada.
En el camino de vuelta reflexioné que quizá estuviera interfiriendo en el correo secreto entre unos amantes, en que el hecho de que no estuviera dedicado a mi dejaba claro que no estaba destinado a mi… o lo estaba a todos… no debería haberlo cogido. Todo habría cambiado, ahora lo sé. Este debate interno se prolongó la totalidad de lo que duró el trayecto (esta vez escogí la ruta óptima, a buen paso); evité las miradas de mis vecinos y procuraba mantener el contacto con el sobre en todo momento. Me sabía tocado por el secreto que pudiera contener. Al llegar, me apoyé tras la puerta y cansado de mis idiosincrasias, en la reclusión de mi cuarto, lo abrí.
Aparentemente, faltan las primeras páginas, esta es una copia literal de la que encontré, redactada a mano. La caligrafía es, en principio, limpia:
-Anda, anda, pos menuo tiznao vas a hacer.
El polvo no puede asentarse completamente, las cinco brujas, el caldero y el fuego se acomodan a los pies del grueso tronco. Nada de eso se encontraba allí antes. La que habló, aparta a la más joven sin usar las manos, con las que le ofrece unos ajos y un cuchillo. La joven lo toma en sus manos y…
-¡Ay!, me he pinchado.
Se lleva el dedo a la boca. Una tercera, busca entre sus faldas negras hasta encontrar un pedazo de bacalao y una raíz similar al jengibre. Dice:
-Toma, pela esto y restriégalo. ¿Te duele?
Una cuarta responde por la joven:
-¿Qué le va a doler, Domin, tú ves cómo lleva todo el día?
La joven se sonroja y calla. Está enamorada.
-Pos na, que pele ajos con mucho amor y mu ricamente.
Merce, con la falsa sensación de victoria de su corazón palpitante frente al viejo y chamuscado de las otras, añade con sorna:
-¿Por qué os burláis? Yo creo que tenéis envidia. Sois una panda de chiquillas que no quieren a nadie.
-¿Envidia del pavo ese que tienes?
-¡Exactamente! Todas aquí hicisteis tonterías por amor. Si hasta me habéis contado de Dolo y Paco…
La veterana rompe su silencio y su voz es si cabe más autoritaria que este:
-A mi Paco ni me lo nombres. ¿Qué sabrás tú de amor si no sabes nada de pérdida?
-¿Pero qué tendrá que ver lo uno con lo otro? A mi me parecen cosas bien distintas.
-¡Son contrarias! ¡Así se conocen las cosas! ¿Sabrías qué es la luz si no hubiera oscuridad? Y tú, rica mía, eres una necia, te sonrojas y pierdes la cabeza como si el mundo no pudiera tocarte y en verdad estás metiendo las manos en el barro. Mira a tus compañeras, ninguna puede vestir de algo que no sea negro. Amaron de blanco, lucieron, como tú, pero ahora… ¡Ay, ahora!
-Calle Dolo, no atormente a la chiquilla.
-Pues sí que la voy a atormentar, y cuanto más lo haga, más en paz quedará luego. La verdad, como la medicina, cuesta tragar pero sienta bien. Dentro de años pensará: ay la Dolo, pobrecica, que noblecica y que clarico lo decía todo. ¡Como me quería y como la quiero! Y yo sabré desde nuestro olvido que lo dices de corazón, y entonces, de verdad me quieres. Mira a La Encarni, el negro que viste no es por él… ¡Es por ella! Ella misma es la muerta a la que está velando.
-¿Qué sabrá usted a quien velo o dejo de velar?
-Lo sé. Y sé que aún le lloras y con todo le mataste, dilo aquí, porque si no lo habría hecho él.
Ahora no hay réplica. Sigue:
-Prefiero llorarle a él, rica mía, que nada me dice más que era algo tuyo, que a ti, que eres mía a todo lo que da.
Quedan en silencio unos instantes, que rompe Maricruces:
-Dame los ajos, Merce, hermosa, que esto ya está.
Miente, y todas menos la joven, que no la conoce tanto, lo saben. Maricruces no gestiona bien las situaciones tensas ni los silencios esos que le gritan a uno al oído. Por eso incluso cuando tiene los ajos en la mano, espera.
Dolo, con el humor renovado, añade:
-¿Cómo va ese dedo? Trae aquí que lo vea…
-Ya no sangra.
Se va a llevar el dedo a la boca, pero la anciana la detiene. Lo estudia. De los muchos bolsillos de su vestimenta saca un pañuelo negro:
-Toma, protege la herida hasta que no duela más.
La joven obedece contrariada, ya no sangra…
Se observa un cambio en la actitud del narrador, su pulso refleja una profunda consternación. Existe también un espacio, que en el pliego original ocupa el lugar de este párrafo. Sigue:
Hola Merce (una acumulación de tinta sugiere que dudó cómo continuar), soy yo, Pedrito. Ella me ha dado la oportunidad de despedirme en estos últimos párrafos, sin embargo no perdonará mi vida. En sus palabras, «no hay más cera que la que arde´´, que encuentro tétricamente apropiadas, cierra el breve dialogo entre nosotros. Me ha dado a entender que esto no es la vista de un hipotético caso, es la ejecución de la sentencia. Me pide que escriba que recuerdes la conversación que he transcrito a dictado suyo arriba. Que había que dejar escrita la verdad en algún lado, aunque no se hable de ella nunca más.
Su propósito, mi niña, es que, matándome, (hay tachaduras , correcciones, casi tres líneas ilegibles)… Me obliga a transcribir lo siguiente ajustándome a ella… ante las pocas demostraciones de su poder, mucho del cual juega con mi mente y me mira a los ojos… me siento subyugado. Sonríe mientras escribo esto último.
Dice estar uniéndonos en la pérdida, para siempre. Dice que nos libera de todo, de todo el peso del orgullo y la responsabilidad y …(me fuerza a seguir) de las mentiras y los celos y las traiciones que se pudren años. Que ella tomará ese peso ahora para que podamos nosotros tomar lo bueno, que tu amor por una foto mía no se marchitará, que mi recuerdo nunca llegará tarde, que nos une hasta que la vida nos separe…
Me permite unas palabras personales bajo su supervisión. Todos esos momentos que imaginamos juntos… Pienso que viviremos juntos, más en el recuerdo y en las fantasías que compartimos de lo que nunca hicimos en vida y me da vértigo. Me da pena… Por fortuna creamos unas fantasías y unos recuerdos tan dulces que no sería malo realmente acabar allí. Somos tan jóvenes… y te quiero tanto…
Te espera por Siempre
Pedro
Así cierra el documento, que no se encuentra fechado, ni firmado, ni sellado. (No necesitaba estarlo) La lectura del secreto del sobre no trajo consigo el fin de mis inquietudes. Ese día no salí y evité todo tipo de compromisos con la excusa de una molestia en el pecho. Caí rendido finalmente. Soñé… con la veleta de mi casa, que tiene forma de bruja. El viento sopla y ella se opone a él. Soñé con mi Elena.
Desperté con la sensación de caer. Me alivió ver la carta en mi mesilla. Resolví deshacerme de ella inmediatamente, entregarla a las autoridades, pues temía perder si me enfrentaba a su perversa influencia para destruirla y su presencia era más intolerable a cada segundo. Salí sin fijarme en nada y caminé deprisa. Me pesaba en el bolsillo. Al recapacitar reparo en que no encontré a nadie en mi camino. Me asomé a la plaza, donde se encuentra el ayuntamiento, cerrado hoy, lo que satisfacía mi intención de pasar el diabólico objeto por debajo de la puerta.
Allí está otra vez el olivo. La Merce, la que yo conozco como una anciana de edad muy avanzada, me mira desde la sombra. Toda de negro. El viento sopla y ella se gira, oponiéndose a él.