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Ángel Vicente Valiente Sánchez-Valdepeñas
El día veintiocho de enero se celebra la festividad de Santo Tomás de Aquino (1224-1274). Es una buena ocasión para acercarnos a su vida y a su obra. Conviene saber que a Santo Tomás se le ha discutido por parte de algunas corrientes de pensamiento su derecho a figurar en la Historia de la filosofía. Para ellos, su obra se puede enmarcar en la Historia de la teología o en la Historia de la Iglesia, pero no en la de la filosofía. Esto, en mi humilde opinión, es un modo evidente de demostrar un escasísimo conocimiento del pensamiento de Santo Tomás y, diríamos, del pensamiento medieval en general.
Entre los muchos aspectos que se pueden señalar en su obra, quiero referirme solo a dos: las pruebas de la existencia de Dios y la distinción entre la esencia y la existencia. Vamos con el primero. En opinión de Santo Tomás no es evidente para la mente humana la existencia de Dios. Esto puede parecer una perogrullada, pero tiene un profundo sentido. San Juan Damasceno (nada menos) había dicho lo contrario. Es decir, que Dios es una idea innata en todo ser humano. Tomás de Aquino, siguiendo en esto la opinión de su maestro Alberto de Sajonia y sobre todo de Aristóteles, indica claramente que la existencia de Dios no se impone por sí misma. Precisamente porque esto es así, quiere hacer uso de las cinco vías para demostrar la existencia de Dios. Si no ¿qué sentido tendrían estas vías? No voy a exponer ninguna de ellas. Esto se puede encontrar en muchos manuales de Filosofía medieval. Sí quiero decir que en la actualidad la mayoría de los especialistas se muestran muy escépticos respecto a la evidencia de sus conclusiones. Ahora bien, si alguien se toma la molestia de leer detenidamente los argumentos de Santo Tomás en las cinco vías, estoy completamente seguro que encontrará muchas cosas valiosas y sorprendentes.
Pasemos al segundo punto, la distinción entre “esencia” y “existencia”. Estas palabras tan extrañas nos pueden resultar incomprensibles. En realidad el planteamiento de Santo Tomás es muy sencillo: una cosa es lo que cada cosa es por sí misma (esencia) y otra cosa muy distinta es que exista de hecho. Así, yo puedo pensar en una sirena (esencia son las características de la sirena) y sin embargo la sirena no existe. El hecho de existir es una realidad admirable, inexplicable, incomprensible, etc. Esto es lo que dice Santo Tomás. Pero , y aquí viene el meollo de su razonamiento, como resulta que yo, por mediación de los sentidos, puedo comprobar que muchos seres existen, deduzco de modo elemental que estos seres no se han “provocado” la existencia a sí mismos. Por tanto, la existencia y la esencia son cosas distintas en todos los seres, excepto en Dios, cuya esencia es existir. No hay que repetir las críticas de algunas corrientes de pensamiento a esta idea. En conjunto, a mí personalmente las críticas me parecen en la mayoría de los casos enormemente inconsistentes.
Para aquel o aquella que se tome la molestia de iniciarse en la lectura las obras de Santo Tomás he de advertirles que la lectura de su obra no es fácil. No tiene la frescura ni la gracia de San Agustín. Tomás de Aquino es mucho más sistemático. Pero si el lector o lectora tienen la paciencia de perseverar en su lectura descubrirán un mundo emocionante. Allí donde solo parece que hay argumentos escolásticos podemos sentir una mente que lucha con todo tipo de adversarios y dificultades.
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