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Juanjo Rogo
Llegaste con el alba entre los dedos,
el rostro aún velado por las sombras,
dibujando tus pasos sobre la tierra
húmeda del primer amanecer.
Y cuando el sol cayó, al buscar
en las calles rendidas al ocaso,
sumido en el hechizo de un amor
que se marchó, te encontré, perdida,
vacilante entre contradicciones
y el amargo temblor de tus ausencias.
Ahora, ya no vienes, amor, como la luz:
te resguardas en la penumbra del día.
Me miras desde el rincón del lamento,
atravesando la noche de mi corazón en tinieblas.
Yo solo soy un grito a la luna
que desgarra mi alma:
el aullido del lobo en su infinita soledad.
Una llaga abierta que alimenta la crueldad
del momento.
Y así,
las olas se estrellan contra las rocas,
arrastrando la arena al abismo.
Allí el agua ahoga el frágil aliento de la vida,
mientras la sal agudiza el dolor de las heridas.
¿Será el momento de partir?
¿De detener el tiempo en un instante:
en el ayer… en el hoy…?
Mientras el mañana, es un árbol hueco,
una promesa rota en el silencio del ahora.