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José Ignacio García-Muñoz (Queche)
Es posible, que los más veteranos del lugar recuerden este nombre, y que puedan asociarlo a la historia que a continuación se narra. Esta historia, ha dejado uno de los muchos refranes del catálogo daimieleño que, como se dice en muchas películas “Está basado en hechos reales”.

Qué duda cabe, que la conciencia medio ambiental ha experimentado una profunda transformación especialmente en los últimos años. Recientemente, la Ley de Bienestar Animal ha venido a refrendar, y a dar amparo legal a nuestras mascotas para que ningún desalmado pueda dañar de forma impune a los animales que tiene bajo su responsabilidad, aunque en algunos casos, conviene no juzgar las cosas del pasado con los ojos del presente. Al hilo de este despertar animalista, algunos corren el riesgo de “humanizar” a los animales, a los cuales hay que tener cariño no digo yo que no, pero sin caer en las exageraciones.
En ocasiones, veo perplejo en Facebook, como algunos propietarios de mascotas celebran públicamente los aniversarios de sus perros, o sus gatos, felicitándoles a través de la plataforma mencionada, como si el perro pudiera tomar conciencia. Hace unos días, una antigua alumna del centro donde trabajaba, casada recientemente, dedicaba a su perro recién adquirido la siguiente frase acompañada de la pertinente fotografía: “Desde que has llegado a nuestras vidas la familia está completa, y nuestra felicidad también”.

He de decir, que en ciertos momentos mi casa fue una especie de zoológico; ¡hasta una mona llegamos a tener!, pero nunca se nos ocurrió llevarla al teatro por más aficionada que fuese a hacer monerías (por cierto, esa mona acabó en casa de Emilio Garcia Consuegra “El Lince”). Desde que recuerdo, en casa casi siempre ha habido un perro, y en ocasiones dos, de modo, que como todos los que tenéis perro sabéis, hay que bajarlos a la calle o al parque a que desfoguen o hagan sus necesidades. Hace unos días mientras paseaba a mi perro, vi a un pequeño grupo en el que se encontraban entre otros un labrador, un schnauzer, y varios perros de pequeño tamaño a los que una de las propietarias arrojaba una pelota. Como podrán imaginar, el labrador más grande y rápido que el resto, conseguía siempre la pelota mientras el resto gruñían a su alrededor hasta que, en una de esas, la dueña del labrador cogió al perro por el collar y le largó una reprimenda en los siguientes términos: ¿No te he dicho que hay que compartir? Ya está bien, deja que cojan la pelota ellos de vez en cuando. Evidentemente, el perro volvió a coger la pelota, y la dueña le castigó atándole durante un rato para que los otros pudieran tener alguna posibilidad. ¡Si no lo veo, no lo creo!

Nuestro personaje de hoy, tenía un concepto diferente; más centrado en aspectos prácticos, de lo que significaba la posesión de un animal de compañía. Tenía “Pílfares” dos galgos con los que disfrutaba viéndoles correr las liebres, pero Pílfares era un entrenador muy exigente, y cuidaba con esmero aspectos del entrenamiento que serían la envidia de Simeone o Ancelotti tales como la nutrición de sus deportistas. A aquellos galgos no les sobraba una caloría en su dieta, ya que Pílfares pensaba que, estando flacos correrían más ligeros, y ello sin que hubiera en su menguada pitanza ningún ánimo de maltrato sino celo profesional. Pero he aquí, que un día haciendo marzo honor a su fama de ventoso, soltó Pílfares a los galgos para que corrieran una liebre, pero como el viento era tan fuerte, y el peso de los perros tan escaso, las rachas de aire los movían de un lado a otro haciéndoles llevar una trayectoria errática.

Entonces Pílfares interpretando aquellos movimientos de vaivén como un juego, se plantó en mitad del lebrio con los brazos en jarras y exclamó: ¡Con que retozáis eh! Ya sos acortare yo el pienso.
De ahí la frase :Pasas más hambre que los galgos de Pílfares.