UN PASEO POR LAS TABLAS DE DAIMIEL

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Paki García-Velasco Sánchez

No hay nada más relajante y tranquilizador que un paseo por la naturaleza, y como a nosotros desde siempre nos ha gustado salir a caminar y de paso, si puede ser, disfrutar del gran entorno con el cual contamos tan cerquita de casa, (como es el Parque Nacional), pues lo hacemos, ya que, desde siempre, hemos tenido la costumbre de visitarlo muchos fines de semana y este ha sido otro de ellos.

Decir que hay veces, unas más que otras, que aquello te sorprende gratamente y que siempre, siempre y por muchas veces que vayas, es una experiencia única, sobre todo para aquellos que les guste el campo y disfruten de estar al aire libre tanto como a nosotros, y con el añadido que, en esta última ocasión, ha sido increíble desde el primer momento en que llegamos allí.

Lo primero y nada más bajarnos del coche, nos ha recibido una tremenda algarabía de graznidos que, mirando al cielo, pudimos ver que eran cientos de grullas revoloteando sobre nuestras cabezas con sus alegres «Kruu-Kruu», esos típicos chillidos tan inconfundibles en ellas.

Toda la gente que llegaba hacia lo mismo que nosotros, pararse, mirar hacia arriba y comentar que vaya espectáculo bonito del cual estábamos siendo testigos.

Después de un rato y dejándolas seguir con su danza en las alturas, nos adentramos ya de lleno en nuestro paseo dominical siguiendo con la ruta hacia la Isla del Pan, ese tramo restaurado recientemente y el cual, cuando lo ves la primera vez después de su reapertura, te deja con la boca abierta, ¡parece otro de lo bonito que ha quedado!!; después de quitar tanta maleza como había y que tapaba mucho el paisaje, ahora se puede ver la inmensidad que abarcan todas las pasarelas, ojalá y tuvieran un poco más de agua.

Durante todo el recorrido por las pasarelas, nos han estado acompañando con su incansable vuelo y sus acrobacias, decenas de aviones y golondrinas, (las cuales han regresado otro año más como pronosticaba en su poema el famoso Sr. Bécquer) y esa mañana pudimos ver que han cumplido a rajatabla sus palabras y han vuelto, ¡vaya que si han vuelto!, de aquí a nada las veremos haciendo sus nidos de nuevo por muchos sitios.

Y ya de camino al mirador nos adentramos en el Bosque de los Tarayes, ese bosque, el cual debería ser paso obligado para todo visitante, yo lo recomiendo siempre que puedo, ya que es una delicia caminar por él sea en la época del año que sea, y es que según se conjuga la luz mezclándose con las formas tan caprichosas que tienen sus árboles, puede parecer hasta mágico.

Una vez que salimos de las pasarelas y de camino a la Laguna Permanente, se pueden ver muchísimos pajarillos en los árboles, (entre ellos el inquieto petirrojo), los cuales con sus cantos y trinos te acompañan durante todo el trayecto hasta los observatorios.

Llegando a la susodicha Laguna, pudimos contemplar todo un espectáculo de vida: patos, gansos, ibis, flamencos, gaviotas, agujas, andarríos, lavanderas y un interminable etc… de los cuales, y de todos, había en cantidad; varios estaban al sol “modorreando” una siesta, otros picoteando y comiendo, y algunos gansos “riñendo” con el contrincante por su pareja.

De vuelta al coche, es cuando te das cuenta de lo afortunados que somos al tener un lugar así a nuestro alcance, un lugar al cual vienen muchísimas personas de todas partes del mundo, si, del mundo, no solo de España, y que disfrutan al máximo de su visita tanto del entorno, como de sus “habitantes”.

Un lugar que, como en este último día, somos recibidos por el canto de las grullas, por el vuelo de las golondrinas, un día que si tienes suerte se te puede cruzar el gato montés que por allí merodea, o puedes ver un precioso ejemplar de ganso del Nilo, al cual parece ser que le gusta este rinconcillo para vivir en él, aunque claro, no es de extrañar.

Y si además de todo esto, y para rematar una mañana perfecta, nada mejor que contar con el añadido de unos cielos azules llenos de nubes de algodón, esos cielos que a los amantes de la fotografía tanto nos gustan, ¡vamos!, como diría María, mi amiga de Mallorca: “esas nubes manchegas que solo se ven aquí”, esas que a ella tanto le gustan y que, cuando viene de visita al pueblo, inmortaliza a través del objetivo de su cámara para después llevárselas a su isla.

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