CHAMPÚ DE HUEVO

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Paki García Velasco Sánchez

La otra noche estuve viendo “Cachitos de hierro y cromo”, un programa documental español con temática musical y temas variados de una duración de alrededor de 50 minutos cada episodio, y cuyo nombre del programa, hace referencia a una canción de Kiko Veneno.

Mira que me gusta siempre, pero este en concreto me encantó, ya que cuando vi los grupos que salieron, fue como volver a aquellos años ochenteros en los cuales, nos colocábamos ropas increíbles y “supermegafashion”, ni más ni menos que las que se llevaban en aquella época, claro está.

Por poner algún ejemplo, empiezo por aquellas hombreras gigantes, más bien enormes (y que, si además, eran un poco puntiagudas en su parte final, le podías sacar un ojo a quien se te pusiera al lado), luego estaba aquella ropa diez tallas más grande con las cuales nos atrevimos (y que, a las que no teníamos dinero para gastar, nos hizo remover en el baúl de los recuerdos de nuestras madres y colocarnos lo que pillábamos en él, poco chula que iba yo con el abrigo de mi padre y en el cual cabían cuatro o cinco más como la menda, casi na, cualquiera me tosía); y en cuanto a los pelos…pffff los pelos…¡lo mejor de todo!!, esos cortes guapos que nos hacíamos, esos colores psicodélicos con los cuales nos aventuramos (que por cierto, por aquel entonces se veían raros y había pocos, cosa que ahora son de lo más normal, rosa llevaba yo el flequillo y mechas amarillo canario el resto, vamos, que iba hecha un cromo).

¿Y qué decir de los cardados que a base de peine y mañas subíamos para arriba todo lo que podíamos y los cuales manteníamos a base de botes y botes de laca Nelly?, pues nada más que: ¡HABÍA QUE SABER LLEVARLOS!!! jajajajaja.

Pero a lo que íbamos, que el programa en si estaba genial, pero el punto fuerte fue cuando salió el señor Tino Casal, el gran Casal y su champú de huevo, ya ahí dije: «que paren el mundo que me quiero bajar», jolín, aún recuerdo cuando salió esta canción, que por cierto, yo no tenía ni pajolera idea de que existía un champú de esos con huevo, entre otras cosas porque nunca lo había visto, pero es que, cuál fue mi sorpresa cuando poco tiempo después, una mañana en que fui a comprar a la droguería de la Rosario, voy y me doy de bruces con un champú hueveril de esos (tierra trágame !!!! pensé tan contenta) y me dije, «trae pacá que esto tiene que acariciar mi melena satinada», ¡¡¡¡¡Madrelamorhermososubidaalaermitaverde!!! en mala hora se me ocurrió el cambio, acostumbrado que estaba mi pelo a uno que lo dejaba un poco “aparranao” y todo relajado (como si se hubiera tomado un Valium), voy yo y lo despierto de su letargo; porque todo hay que decirlo, mi pelo siempre ha tenido vida propia y ha ido de por libre de mis otras partes del cuerpo, y claro, un buen día llega este (el champú) y lo espabila dándole la potencia y poderío que ya tenía olvidado, que, ríete tú de los efectos del Red Bull ese al lado de lo que en mi cocorota pasó.

Vamos, resumiendo, que mi cabeza no tenía nada que envidiar al mismísimo Simba (el rey león), es como si hubiera metido los dedos en un enchufe y aquello fuera el resultado del calambrazo jajaja,  josusssss, no había quien metiera mano a mis greñas, cada pelo iba a su bola sin querer juntarse con los demás, como si estuvieran reñidos unos con otros, se conoce que el huevo revitalizó a mi mustio cuero cabelludo y aquello fue un chute de energía, energía que por cierto duro varias semanas porque el bote “champuril” era de litro (entonces hacían las cosas a lo grande y no como ahora, que con dos lavados de cabeza lo has terminado) y como no había tanto dinero para cambiar a otro, pues había que gastarlo; y con el añadido que por aquel entonces no había planchas de pelo ni tantas modernidades, si querías disimular el sorrasca que tenías por cabellera tenías algunas opciones: o te hacías la “toga” (que era ponerse un rulo en lo alto de la coronilla y el pelo restante liarlo alrededor de él lo más liso que se pudiera sujetándolo con aquellas horquillas tan típicas que gastábamos por aquel entonces) o te pasabas la plancha de la ropa, así tal cual, sin anestesia ni “ná”, algo a lo que nunca llegué, eso se lo dejaba a las más osadas, y que conste que esta técnica era mejor que te la hiciera alguna amiga porque tu sola era un poco arriesgado y la cosa podía acabar en desgracia y con la plancha de peineta en tu cabeza, estilo Martirio, la cantante.

Lo que yo, buenamente hacía, era “encasquetarme” un gorro en “tol melón” (ya que el experimento me pilló en invierno) hasta que la maraña se calmaba un poco, menos mal que por aquel entonces se llevaban mucha clase de “apichusques” en la cabeza y no era raro de vernos con cintas, pañuelos, gorros, diademas, sombreros etc… cosa que disimulaba bastante mi melena a lo afro.

Por lo cual, y aquí queda dicho, cada vez que escucho esa canción no puedo evitar rememorar aquellos maravillosos años y la vida de mi pelo, ale, ya os he “metio” el rollo mañanero.

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