DIA DE DIFUNTOS

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José Ignacio García-Muñoz (Queche)

Dicen los estudiosos, y en esto parecen ponerse de acuerdo filósofos, científicos e incluso metafísicos que, el ser humano se convirtió en tal, en el momento en que tomó conciencia de la muerte, de que sus días en este mundo viendo caer a los que vivían a su alrededor, eran finitos. Dicen los antropólogos que, a partir de ahí el ser humano comenzó a planificar, a anticiparse al futuro, algo que ningún otro animal hace fuera de los condicionantes genéticos, y también se empezó a preguntar qué habría más allá de la muerte, lo que le llevó a crear todo un ritual de enterramientos en los que no solo se mostraba respeto y dolor por el fallecido, sino que se planteaba la duda, la posibilidad de permanecer encarnado de alguna manera en alguna otra forma de energía, creencia esta, que las diferentes religiones han incluido en sus argumentarios prometiendo todas ellas ni más ni menos que la vida eterna, siempre y cuando abraces con fervor y fe sus postulados.

¿Por qué conservar los restos de los seres queridos después de muertos?

Hemos de remontarnos a esos tiempos, en que unos pocos de nuestros precursores(neandertales) vagaban en un mundo hostil intentando sobrevivir, y a ese preciso momento en que, observando el cuerpo sin vida del que hacía unos segundos respiraba, no lo vieron (la antropofagia fue un hecho en diferentes momentos) como una posible fuente de proteínas que tanto escaseaban, y comenzaron a preguntarse si aquello era el final o solo un cambio. Surge la duda de si no habrá un lugar al que el espíritu se dirija en singular viaje al encuentro de los que le han precedido en ese trance, preservando sus restos de las alimañas y acompañándole de objetos personales de uso cotidiano que sirvieran al muerto para alcanzar con éxito el final del viaje eterno, un destino al que con diferencias propias del lenguaje hemos llamado cielo, porque en el imaginario colectivo, siempre hemos pensado que el espíritu, el alma o como queramos llamarlo, tiene una consistencia etérea, y cuando abandona el cuerpo tras la muerte asciende lenta, verticalmente, como asciende la columna de humo blanca y delgada de un cigarrillo olvidado en un cenicero en una atmósfera ingrávida, inerte, chocando contra las paredes y los muebles, las cortinas y las ventanas impregnándolo todo. Como lo hacen las diminutas motitas de polvo cuando uno barre que, atravesadas por un rayo de luz y al arbitrio de una corriente de aire, se desplazan en todas direcciones para luego lentamente, caer. Como el caudal de un rio que discurre al revés, que asciende buscando una salida más allá de la tierra, hacia la soledad fría, azul oscuro del universo, hasta que se pierden en el tiempo, en la noche. Hasta que sobrepasan el manto de estrellas… y la oscuridad se las traga. La frase “Salir con los pies por delante” tiene su explicación en este supuesto viaje que el espíritu emprende una vez abandonado el cuerpo, ya que, de esta forma, con los pies por delante, el finado encontrará el camino al más allá con facilidad, mientras que, si lo hiciera de cabeza mirando hacia atrás, cabe la posibilidad de que no lo encontrara y volviese su alma al mundo de los vivos tratando de llevarse a alguien con él. También, dependiendo de la edad se enterraba con la cabeza girada a poniente o a levante…son costumbres basadas en creencias que en algún caso tienen que ver con la superstición más que otra cosa.

Sócrates y Platón, abogaban por la separación del cuerpo y el alma que se liberaba de este tras la muerte, cosa que no pensaba Aristóteles que pensaba que el alma moría con el cuerpo. Dejaremos en paz a Hegel, Heidegger Rilke, Blanchot y demás filósofos que se han ocupado del tema para no complicarlo, y vamos a algo más práctico; definir lo que es muerte, pero desde el punto de vista científico. Esta definición se basa en siete criterios según la O.M.S: La ausencia completa y permanente de consciencia; ausencia permanente de respiración espontánea; ausencia de toda reacción a los estímulos exteriores y a todo tipo de reflejos; la atonía de todos los músculos; fallo de la regulación térmica del cuerpo; el mantenimiento de la temperatura…En general la imposibilidad de mantener la homeostasis. El término “difunto” es uno de los muchísimos sinónimos que existen y se utilizan para referirse a una persona fallecida (finado, muerto, cadáver, occiso, traspasado, fiambre…), pero este vocablo originalmente no se utilizó para tal fin, sino para señalar a aquel que tras una larga vida de trabajo le había llegado la hora de retirarse (jubilarse) y descansar, ya que se tenía el convencimiento de que ya había cumplido con todas sus obligaciones. Etimológicamente, el término difunto proviene del latín “deffunctus” el cual estaba formado por el prefijo “de” (separación) y “functus”, participio de “fungí” (desempeñarcumplirterminar) y cuyo significado literal venía ser “el que ya ha cumplido “o “el que ha terminado”, en referencia a aquella persona que al cumplir cierta edad le llegaba la hora del merecido descanso (retiro, jubilación) por haber cumplido con sus obligaciones en la sociedad de la que formaba parte.

Decía Antonio Machado, que, la muerte no debe afectarnos ya que: “Cuando ella es, nosotros no somos, y cuando nosotros somos ella no es”, de modo que la muerte sobreviene en una fracción de segundo, y no debemos confundirla con la enfermedad que nos ha llevado a ella ya que son entidades diferentes. En su libro “La muerte contada por un Sapiens a un Neandertal”, dice J.L. Arsuaga que en la naturaleza no hay decrepitud, solo plenitud o muerte. Dicho de otro modo, que, si no viviésemos bajo el paraguas de la civilización con sus cuidados médicos, en la naturaleza duraríamos “ná y menos”, y que el ser humano lucha denodadamente por prolongar, aunque sea de forma artificial la vida para evitar el enfrentamiento con la muerte, lo cual ha dado lugar a que determinados genes que codifican algunos tipos de cáncer y otras enfermedades se expresen debido a que vivimos mucho más tiempo del que teóricamente nos corresponde, cosa que en la naturaleza no habría sucedido… pero bueno, perdonarme que me voy del tema; el caso es que los próximos días uno y dos de noviembre, tenemos una cita, cualquiera que sea nuestro credo, al menos con el recuerdo de nuestros seres queridos en el cementerio. El término cementerio tiene mucho que ver con el cristianismo y cuando éste comenzó su expansión, ya que se impuso a la palabra que, hasta aquel momento se usaba para designar a los emplazamientos donde se realizaban los entierros: Necrópolis.

La palabra necrópolis (de origen griego) significa literalmente ‘ciudad de los muertos’ (necro: muerte, polis: ciudad).

Ante la creencia cristiana de que la muerte solo es un tránsito y, por tanto, al fallecer lo que se hacía era ‘dormir’ para posteriormente ‘resucitar’ se sustituyó el termino necrópolis por el de cementerio, cuyo significado literal es ‘dormitorio’.

Cementerio proviene del latín vulgar “cemeteriu”, éste del latín culto “coemeterium” que a la vez venía del griego “koimeterion” -κοιμητήριον-: lugar donde dormir/dormitorio (koimo: dormir/estar echado/acostarse, -terion: sufijo de lugar).

Los cementerios son considerados lugares sagrados y su profanación o cualquier otro acto de falta de respeto son considerados por la iglesia como una falta muy grave. Con la publicación de “AD RESURGENDUM CUM CHRISTO” se establecen los procedimientos para la cremación, y que reproduzco a continuación ya que se comentan por sí mismos:

Aceptar la cremación en disciplina eclesiástica se materializó en Código de Derecho Canónico de 1983.

Desde entonces la cremación en toda Europa se ha incrementado notablemente. La entrega de cenizas tras la cremación y por tanto que hacer con ellas creó nuevos hábitos sobre los que la Iglesia Católica ha dado una nueva Instrucción al respecto.

Se trata del documento Ad resurgendum cum Christo  presentada por la Oficina de Prensa de la Santa Sede el 25 de octubre de 2016.

Con esta instrucción la Iglesia Católica “reafirma las razones doctrinales y pastorales para la preferencia de la sepultura de los cuerpos y de emanar normas relativas a la conservación de las cenizas en el caso de la cremación”.

“Si por razones legítimas se opta por la cremación del cadáver, las cenizas del difunto, por regla general, deben mantenerse en un lugar sagrado, es decir, en el cementerio o, si es el caso, en una iglesia o en un área especialmente dedicada a tal fin por la autoridad eclesiástica competente”, tal como establece la Instrucción “Ad resurgendum cum Christo”.

El documento señala que “siguiendo la antiquísima tradición cristiana, la Iglesia recomienda insistentemente que los cuerpos de los difuntos sean sepultados en los cementerios u otros lugares sagrados”.

Enterrando los cuerpos de los fieles difuntos, la Iglesia confirma su fe en la resurrección de la carne, y pone de relieve la alta dignidad del cuerpo humano como parte integrante de la persona con la cual el cuerpo comparte la historia. 

“No puede permitir, por lo tanto – se lee en el documento – actitudes y rituales que impliquen conceptos erróneos de la muerte, considerada como anulación definitiva de la persona, o como momento de fusión con la Madre naturaleza o con el universo, o como una etapa en el proceso de re-encarnación, o como la liberación definitiva de la prisión del cuerpo”.

Además, la Instrucción precisa que “la sepultura en los cementerios u otros lugares sagrados responde adecuadamente a la compasión y el respeto debido a los cuerpos de los fieles difuntos, que mediante el Bautismo se han convertido en templo del Espíritu Santo”.

Por último, el documento señala que “la sepultura de los cuerpos de los fieles difuntos en los cementerios u otros lugares sagrados favorece el recuerdo y la oración por los difuntos por parte de los familiares y de toda la comunidad cristiana, y la veneración de los mártires y santos”.

Por todo ello y, en síntesis, el documento promueve 7 reglas básicas respecto a la cremación de forma que esta se permite en los siguientes casos:

1.– «Cuando razones de tipo higiénicas, económicas o sociales lleven a optar por la cremación».
2.– «Cuando no sea contraria a la voluntad expresa del fiel difunto».
3.– «Que la cremación no haya sido elegida por el difunto por razones contrarias a la doctrina cristiana».
4.– “Si por razones legítimas se opta por la cremación del cadáver, las cenizas del difunto, por regla general, deben mantenerse en un lugar sagrado, es decir, en el cementerio o, si es el caso, en una iglesia o en un área especialmente dedicada a tal fin por la autoridad eclesiástica competente».
5.– «Queda prohibida la conservación de las cenizas en el hogar, sólo en casos de graves y excepcionales circunstancias, dependiendo de las condiciones culturales de carácter local, el Ordinario, de acuerdo con la Conferencia Episcopal o con el Sínodo de los Obispos de las Iglesias Orientales, puede conceder ese permiso».
6.– «Las cenizas no pueden ser divididas entre los diferentes núcleos familiares y se les debe asegurar respeto y condiciones adecuadas de conservación».
7.– «Para evitar cualquier malentendido panteísta, naturalista o nihilista, no está permitida la dispersión de las cenizas en el aire, en la tierra o en el agua o en cualquier otra forma, o la conversión de las cenizas en recuerdos conmemorativos, en piezas de joyería o en otros artículos».

Desde el principio, la Instrucción recuerda que los cristianos han deseado que sus difuntos fueran objeto de oraciones y recuerdo de parte de la comunidad cristiana.

La conservación de las cenizas en un lugar sagrado puede ayudar a reducir el riesgo de sustraer a los difuntos de la oración y el recuerdo de los familiares y de la comunidad cristiana.

La instrucción además reconoce que llevando las cenizas a un lugar sagrado se evita la posibilidad de olvido, falta de respeto y malos tratos, que pueden sobrevenir sobre todo una vez pasada la primera generación, así como prácticas inconvenientes o supersticiosas.

Me temo, que tras leer esto alguno puede haber entrado en conflicto consigo mismo. ¿Se puede ser cristiano católico sin aceptar TODAS las normas a las que nosobliga la iglesia? ¿Estoy legitimado a arrojar las cenizas de mis seres queridos donde a ellos les hubiese gustado? ¿puedo seguir los preceptos de la iglesia para unas cosas sí, y para otras no? Este, es un debate muy serio que no voy a abrir aquí, aunque tengo mi opinión al respecto, y espero que no se me malinterprete. Por mi parte, acudiré con los trastos de limpiar, y al final depositaré unas flores en señal de recuerdo a la memoria de mis seres queridos ausentes, porque de momento es lo que creo que debo hacer…por cierto, aunque en un principio, esta no era la causa de tal costumbre, es algo que se sigue haciendo, aunque con otro significado.

Muchas son las culturas que honran la memoria de sus difuntos realizando ofrendas de flores y éstas tienen cierto simbolismo en este acto. Todo parece indicar que el origen de dicha costumbre se remonta a la antigüedad, en la que los muertos eran puestos a exposición de todos durante varios días, con el propósito de ser velados y pedir por sus almas.

Por aquel entonces no existían las avanzadas técnicas de embalsamiento y las que habían no estaban al alcance de todo el mundo, por lo que, los cuerpos (que solían estar expuestos a la intemperie), se descomponían y desprendían un desagradable olor, sobre todo en época de calor. Para enmascarar ese hedor, se quemaba incienso y se cubría al fallecido con todo tipo de flores, lo cual aromatizaba el ambiente y hacía más agradable el acto de velar al difunto.

Con el transcurrir de los años, la costumbre de llevar flores a los muertos perduró y se afianzó, no solo durante el tiempo de vela y entierro, sino que también llevarlos al cementerio en días específicos, como el 1 de noviembre, día de todos los Santos…Perdonarme de nuevo, ya me he vuelto a despistar. Feliz día de difuntos.

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