¡LÁTIGO ATRÁS!

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José Ignacio García-Muñoz (Queche)

El carro, ha sido un elemento decisivo en la historia de la humanidad, y en su momento tan importante como el automóvil en los tiempos modernos. Cuatro mil años antes de Cristo se tienen noticias de su existencia en Europa Y Asia occidental, y no sería hasta el siglo XVI que llegó a América de la mano de los conquistadores españoles, así como los caballos y las mulas. La cosa, empezó por los carros de guerra. En el antiguo Egipto eran conducidos por un auriga, y un arquero, algo así como el precursor de los modernos carros de combate al igual que sucedió en la India y en Persia. Posteriormente, griegos y romanos construyeron carros parecidos, aunque luego abandonaron su uso en favor de las formaciones de infantería, pero durante años fueron utilizados. La Puerta de Brandeburgo una de las dieciocho del muro en el mismo centro de Berlín, fue testigo del desafío que Ronald Reagan lanzó a Gorbachoff para que derribara el muro (Tear this Wall) estaba presidida por un carro que anteriormente había sido secuestrado por Napoleón.

Carros de Fuego escrita por Colin Welland, y ganadora de cuatro Oscar presta su nombre a este famoso film, igual que el que robaron a Manolo Escobar. En Divinas Palabras de Valle Inclán, uno de los protagonistas era exhibido públicamente a bordo de un carro. El Bosco, Sorolla, y multitud de artistas han plasmado en sus lienzos este humilde invento. El famoso tema de Vangelis ganador de un Oscar por el tema “Chariots of Fire” de la película homónima. ¿Quién no recuerda a Ben Hur partiéndose el pecho contra Mesala en la famosísima película de William Wyler? Pero, precisamente en este periodo conviene detenerse para entender, como el primitivo carro romano, ha llegado a influir hasta en los cohetes espaciales, o el ferrocarril.

Durante el imperio romano, se construyeron la mayoría de carreteras o vías que comunicaban las ciudades de las tierras conquistadas, es algo que debemos a la civilización romana, y, ¿sabéis cuál era el ancho de esas carreteras? El que ocupaban dos caballos aparejados a un carro. Nadie por temor a romper las ruedas o la caja del carro, se salía del trazado dejado por las roderas. Con el tiempo, los carros fueron adquiriendo mayor tamaño, pero conservando el ancho. Se convirtieron en lo que hoy son los camiones de transporte de las más variadas mercancías, y tal fue su importancia, que se constituyó un gremio en tiempos de los Reyes Católicos que gozó del favor de los monarcas y unas prebendas acordes a su actividad. Se les eximió de pagar portazgos, pontazgos y otros tributos locales, en virtud de la carga considerada bien común que transportaban. Se les autorizaba a que sus animales, bueyes, mulas o caballos pastasen en los prados comunales durante los descansos sin pagar por ello. Las distancias habituales entre ciudades, se empezaron a configurar a partir de la distancia a la que en una jornada podían desplazarse los arrieros y sus caravanas. Se establecieron lugares en los que descansar, tanto los animales y las mercancías que transportaban, como los viajeros que lo hacían a bordo de diligencias dando lugar a lo que a la postre serán los Paradores Nacionales. Un lugar en el que, por orden real, los viajeros deberían tener un lugar en el que dormir y comer en las paradas atendido con esmero; la razón, es que los viajes en diligencia eran costosos, de modo que solo los más pudientes podían sufragarlo. Tenían estas diligencias, unas reatas que incluso llegaban a los ocho animales, lo que se llamaba un “tiro largo”; como quiera que las personas que utilizaban este servicio vestían elegantemente dada su condición, de ahí deriva la frase “Ponerse de tiros largos”. Alrededor de estos puntos de descanso y cambio de animales, surgieron una serie de profesiones, como herreros que reparaban los carros, y los antes mencionados relacionados con la hostelería.

A partir de la Novísima Recopilación, se establece toda la legislación que atañe al transporte de mercancías y personal en vehículos de tracción de sangre, tales como la distancia máxima a recorrer en una jornada, o el peso máximo que un animal puede transportar, amén de las indicaciones para que las autoridades locales mantengan en buen uso los caminos, y sean atentos con los arrieros y carreteros que tan buen servicio prestan a la comunidad. Pero, pronto, llegaría una novedad que iba a relegar al carro si no a un segundo plano, si a quitarle mucho protagonismo; el ferrocarril. En Inglaterra Richard Trevithick con su compatriota Andrew Vivian patentaron una locomotora a vapor. De aquellos planos surgieron las plantillas a partir de las cuales el invento fue exportado a diferentes lugares del mundo de modo que, todos los ferrocarriles tenían el mismo patrón. El ancho de vía estándar (distancia entre los rieles) usado en los Estados Unidos y en la mayoría de los países es de 4 pies, 8,5 pulgadas (1.435 metros). Ese es un número extremadamente extraño. ¿Por qué se usó ese valor como estándar? Bueno, porque esa es la distancia que usaron los fabricantes ingleses, y los ingenieros ingleses diseñaron los primeros ferrocarriles estadounidenses.

¿Por qué los ingleses construyeron así las vías del tren?

Porque las primeras líneas ferroviarias fueron construidas por las mismas personas que construyeron los vagones, y ese es el calibre que usaron. Entonces, ¿por qué usaban esa distancia entre ejes? Porque las personas que construyeron los tranvías usaban las mismas plantillas y herramientas que habían usado para construir carros, que usaban el mismo espacio entre ruedas.

¿Por qué los carros tienen ese particular espacio entre ruedas?

Bueno, si trataban de usar cualquier otro espacio, las ruedas del carro se romperían más a menudo en algunas de las viejas carreteras de larga distancia en Inglaterra. Ese es el espacio entre los surcos que dejaban las ruedas de los carros. Entonces, ¿quién construyó esos viejos caminos? La Roma Imperial construyó las primeras carreteras de larga distancia en Europa (incluida Inglaterra) para sus legiones. Esos caminos se han usado desde entonces.

¿Y qué hay de los surcos en las carreteras? ¿Por qué tenían ese ancho?

Los carros de guerra romanos formaron los surcos iniciales, que todos los demás tenían que igualar, o correr el riesgo de destruir sus ruedas de carro. Como los carros se hicieron para la Roma Imperial, todos eran iguales en lo que respecta al espaciado de las ruedas. Por lo tanto, el ancho de vía estándar de los Estados Unidos de 4 pies, 8,5 pulgada se deriva de las especificaciones originales para un carro de guerra romano imperial.

¿A qué romano se le ocurrió esa medida?

Los carros del ejército romano imperial se hicieron lo suficientemente anchos como para acomodar los extremos traseros de dos caballos de guerra. Ahora, el giro de la historia: Cuando ves un transbordador espacial sentado en su plataforma de lanzamiento, hay dos grandes cohetes impulsores unidos a los lados del tanque de combustible principal. Estos son impulsores de cohetes sólidos o SRB. Los SRB son fabricados por Thiokol en su fábrica en Utah. Los ingenieros que diseñaron los SRB habrían preferido engordarlos un poco más, pero los SRB debían enviarse en tren desde la fábrica hasta el sitio de lanzamiento. La línea del ferrocarril de la fábrica pasa por un túnel en las montañas, y los SRB tuvieron que atravesar ese túnel. El túnel es un poco más ancho que la vía férrea, y la vía férrea, como usted sabe, es tan ancha como dos caballos atrás. Entonces, una característica importante del diseño del Transbordador Espacial, de lo que podría decirse que es en el mundo el sistema de transporte más avanzado, se determinó hace más de dos mil años por el ancho de un caballo.

Como vemos, desde el cine (Ben Hur), hasta Manolo Escobar y “su carro” ha tenido el carro un protagonismo difícil de sospechar. Mi relación con este artefacto, se limita a mis recuerdos infantiles a bordo del carro del butano conducido por Floren, y tirado por la “Far” (así se llamaba la yegua que tiraba del carro), nombre tomado de los electrodomésticos de la época, y que cuando se hartaba de trabajar, arreaba en redondo para un lado hasta que la lanza del carro daba en la rueda delantera, y volcaba regando de bombonas la calle, contribuyendo en gran medida a desarrollar mi afición por el salto de longitud, disciplina que practiqué durante mis años de juventud, y a mantener al día el repertorio de blasfemias de Floren por otro lado hombre temeroso del Señor, y al que Dios me le tendrá en su gloria.

Por mi parte, me despido con un recuerdo de un día cualquiera, de un mes de septiembre, en el que aquellos dinosaurios de madera y metal, atronaban las calles de Daimiel.

Sudaban las mulas bajo la collera, la mantellina y el ropón. El horcate bailaba al compás de los trancos, y la barriguera holgaba tras un día de trabajo en las viñas. Sentado en el pescante, canturreaba el carrero dejando los ramales sueltos mientras la zufra, aguantaba la lanza que se tensaba bajo el peso de las uvas contenidas entre los varales. Atado al torno, en la trasera del carro, presuroso, un perrillo mantenía el paso sabedor al igual que sus compañeras de fatiga, que la jornada estaba pronta a finalizar. Los mosqueros, bailaban con el paso de los animales, que llenaban el aire con el sonido de los cascos golpeando rítmicamente contra el suelo del paseo del rio, a la altura del Carmen. El rastro, producto de la digestión de las caballerías, dibujaba una línea de color marrón brillante que contrastaba con el negro del asfalto impregnando la atmósfera con ese olor característico que, aunque parezca extraño algunas veces echo de menos. Una línea recta, desdibujada, como la que dejan en el cielo los aviones después de su paso, y que atestiguaba el intenso trajín que en esos días de septiembre se apoderaba del pueblo.

Apostados a la altura de la residencia de Nuestra Señora de las Cruces, aguardábamos el paso de las galeras con la inocente intención de sustraer un racimo de uvas. Corríamos detrás hasta alcanzar el carro, y no sin dificultad, conseguíamos apoderarnos de alguno mientras el perrillo abajo ladraba frenéticamente. Si a la altura de los talleres Piva entrando a la calle Arenas, no lográbamos nuestro objetivo, desistíamos hasta el siguiente. Entre nosotros, los había más rápidos y más lentos, y en no pocas ocasiones, alguno de estos últimos, frustrado por no conseguir encaramarse, gritaba: ¡Látigo atrás! Automáticamente, restallaba la tralla en el aire, y como alma que lleva el diablo saltábamos a tierra con nuestro pírrico botín, y aterrizando de emergencia en más de una ocasión sobre algún moñigo fresco…Justo castigo a nuestra perversidad.

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