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Ángel Vicente Valiente Sánchez
Mi primer contacto con el fútbol tuvo lugar en el colegio. Allí se producía a la hora del recreo un fenómeno extraño. Los maestros jugaban con los niños al fútbol, pero solo con un grupo de chavales que , según ellos, sabían jugar. De tal modo que a los que no sabían jugar, como era mi caso, no les permitían participar en ese juego. Así que me dedicaba a corretear por el patio del colegio en pantalones cortos, mientras me comía mi pan con chocolate. De vez en cuando echaba una ojeada a esos benditos y afortunados compañeros que participaban en el juego con los maestros. No le di mucha importancia. Yo era muy feliz en el colegio. Si no podía jugar al fútbol, pues jugaba a las bolas o leía un tebeo.
Por aquella época comencé a coleccionar cromos de jugadores de fútbol. Todavía recuerdo lo difícil que resultaba encontrar cromos de Amancio o de Benito. Había un chaval de mi calle que inexplicablemente siempre tenía varios cromos de Amancio. Para hacerte con uno de ellos tenías que intercambiarlo por dos o tres de los que tenías. Como yo era muy inocente, me parecía justo el intercambio. ¡Bendita infancia! Luego venía el ritual de pegar los cromos en el álbum. Era un gran placer contemplar aquella colección.

El primer partido de fútbol que vi en televisión sería hacia 1970. Era una televisión en blanco y negro, en casa de mi tío Sebastián. Jugaba el Real Madrid contra el F.C. Barcelona. Mientras bebía una Fanta de naranja con unas patatillas fritas, observaba cómo mi tío de vez en cuando se levantaba del sillón y lanzaba algunos improperios al árbitro. Yo no entendía nada. Todavía era muy pronto para comprender la enorme complejidad y emoción de un acontecimiento como ese. Mi tía se reía del comportamiento de mi tío y le decía algo así como que no es bueno acalorarse, mientras echaba un trago a su cerveza. Qué raro, mi tía bebía cerveza.
Con el paso del tiempo he descubierto que un partido de fútbol puede ser una gran alegría o una tragedia griega. Pero ¿por qué tengo que tomarme tan en serio un partido de fútbol? No lo sé. Creo que nadie lo sabe. Cuando mi equipo juega bien surge espontáneamente una sonrisa en mi rostro. Cuando juega mal o pierde se señala una mueca de horror en mi cara. Si pierde de forma catastrófica me sienta mal la merienda o la cena. Puede que sea una muestra de inmadurez en mi personalidad. Quizás un hombre maduro no puede sentirse influido por estas peripecias. Sí, debe ser eso. En fin, qué le vamos a hacer. A veces se gana y a veces se pierde.

Con el paso del tiempo he ido comprobando que las enemistades y la visceralidad entre los diversos equipos ha ido aumentando. Hoy vemos algunos partidos con poca tranquilidad y sosiego. Más bien, apretamos los dientes y vemos a los adversarios como verdaderos enemigos. En los años setenta no era así. Había rivalidad, pero no acritud. Había expectación, pero no ira. Los partidos se contemplaban con emoción, mientras se saboreaba la cerveza o la limonada. Algunos partidos los veíamos en el bar. Y no se daban esas polémicas que se dan hoy.
Por otra parte, las inquinas políticas no influían en la visión del fútbol. Un partido Barcelona – Real Madrid era visto como un juego o un deporte o un espectáculo, sin más. Con emoción, con interés; pero sin la agonía que hoy experimentamos. Ahora ese mismo partido se carga de tintes políticos apocalípticos. No puede ser así. Debemos mirar estos encuentros de otro modo. Además, aquellos que defienden, al modo británico, la Liga de fútbol catalana o vasca no entienden que en ellas se perdería gran parte de la emoción habitual. Porque la Liga española de fútbol verdaderamente nos une a los españoles, a pesar del esfuerzo de los que buscan lo contrario. Es, podríamos decir, una de las pocas cosas que siguen uniéndonos a los españoles.

Debemos valorar con entusiasmo y cordialidad la estupenda Liga española de fútbol. Contemplemos los partidos con nobleza y deportividad; sin las caras largas que habitualmente ponemos. Si nuestro equipo gana, no tenemos que ver al rival con menosprecio. Si nuestro equipo pierde, no tenemos que echarnos a llorar. A fin de cuentas es un juego. Y una ocasión de reunirnos con los amigos.