MUSEO DEL JAMÓN

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José Ignacio García – Muñoz (Queche)

Hace unos días, en el telediario, se daba la noticia de que un grupo de manifestantes, protestaba a las puertas del “Museo del Jamón”, afeando a sus propietarios el hecho de vender al público dicho producto sin el menor recato ni signo de arrepentimiento, y lo que es peor, sin tener en consideración el sufrimiento que se inflige a estos animalitos del Señor al no tener en cuenta el trauma que, para los lechones, supone el separarse de sus padres; unos, camino del museo del jamón, y los otros camino de Casa Duque o de Cándido.

¡¡ “El jamón, es carne muerta de cerdo”!! Coreaban a los cuatro vientos. Claro, menos mal, enseguida, me imaginé la dificultad que debe suponer comer jamón de un cerdo vivo, y me alegré de esa circunstancia que rodea al jamón que pertenece a un cerdo ya muerto, máxime, cuando el cerdo, es un animal difícil de imaginar dentro de un bocadillo; sobre todo si está vivo, y no solo porque tenga la costumbre de revolcarse en la mierda,sino porque se puede comer el pan antes que te des cuenta.Total,que me dio por pensar en hacerme vegetariano: “Comeré solo vegetales”; y me fui al Ahorramás, y me compré varias bolsas de verduras y hortalizas.

Ya en casa, puse una cazuela a calentar con la intención de hacerme un puré de verduras, y cuando dejaba caer el fruto de la tierra en el agua hirviendo, escuché a una zanahoria gemir por el escaldamiento. Unos instantes después, fueron las acelgas y el puerro, más tarde, se unieron al coro las patatas, el nabo y las alcachofas.

La calabaza, jaleada por las naranjas dentro del frigorífico y secundadas por las manzanas y el plátano desde el frutero me habló: ¿No te da pena lo que haces con nosotras?, hace unos días, estábamos tan felices en la tierra, hundiendo nuestros rizomas, raíces y tallos en el estiércol, ¡Y disfrutando de nuestros estambres, y nuestros carpelos, de nuestro androceo y nuestro gineceo! ¡Y de la polinización! gritaron a una las flores desde el jarrón. Vosotras por lo menos, polinizáis ¡ya me gustaría a mí! dijo el boniato. ¿Acaso piensas que no nos duele cuando nos arrancan las raíces? ¿Cuándo nos cortan el tallo, para que una madrina, luzca en la peineta llena de caspa nuestro colorido? ¿O no sufrimos cuando perfumamos el sudado escote de una “Prim Madonna”? ¿No sufrimos cuando los brotes son cercenados sin darles tiempo a germinar, y el campo llora su desdicha? ¿Por qué no comes pescado y nos dejas en paz? Retiré la olla de la lumbre, y me dispuse a abrir el frigorífico, donde congelados, un kilo de boquerones aguardaba turno hacía días. No bien se hubieron descongelado, cuando uno de ellos con acento gaditano me espetó: ¿Qué “paza killo”? que nosotros somos de clima cálido; no veas el frío que hemos pasado en el congelador ¿Qué pensabas, comernos rebozados? Con la alergia que me da el gluten, que me pongo a morir.

Del fondo del cajón, una gamba abrazada a un langostino de Vinaroz, con sus expresivos ojos terció en el tema ¿Qué será de nuestras quisquillas, abandonadas a la marea sin un padre ni una madre que velen por ellos? No veremos hacer la comunión a los hijos del besugo, que bastante tenían con haber perdido a su padre las navidades pasadas. Vosotros los humanos, esquilmáis los mares, os orináis en las playas y nos pegáis sustos con esas gafas de bucear ¿por qué no comes otra cosa? Cuando ya me iba a preparar un bocadillo de paracetamol, me desperté sobresaltado por el timbre de la puerta; era mi señora que volvía de la compra, y pensé: Ha sido un sueño. Puse la televisión, y allí estaban, frente al museo del jamón, un grupo de gilipollas gritando no sé qué. ¡Cariño!, ¿Qué tenemos de comer?



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