LAS CALLES ANTIGUAS DE MI PUEBLO

0

 885 visitas,  1 visitas hoy

Juanjo Rogo

Las antiguas calles de mi pueblo
eran la tierra viva
nacida de los campos.
Eran piel de adobe y polvo,
sustento de paredes
que el sol acariciaba
pacientemente,
en días de primavera
y veranos ardientes.

Eran grietas abiertas
en el corazón de las fachadas,
que, en otoño, lloraban
recuerdos del tiempo dormido.

En invierno,
las lágrimas del cielo
se deslizaban entre las tejas,
en un llanto helado, indolente,
donde el agua y el tiempo
se confundían,
sin prisa… sintiendo.

Olía a leña,
a carbón encendido.
El humo trepaba,
por chimeneas y patios;
se colaba por rendijas
y puertas entreabiertas,
como un aliento invisible,
entre los murmullos
de vecinos dicharacheros.

Lanzaban sus voces al viento,
y el viento, celoso,
las arrullaba a escondidas,
entre viejos adoquines.

La sombra de Santa María
caía sobre la fuente,
refrescando el agua
que la tierra devolvía.
Allí se dulcificaba en el barro
de cántaros humildes
y botijos de boca seca.

Desde la plaza al Parterre,
las calles se entrelazaban,
como ramas pobladas de nidos,
guardando en su trenzado
los sueños tibios
de casas que se sabían hermanas.

En los balcones,
las macetas florecían,
rompiendo el blanco
puro de la cal.
Y aquellas calles reían
bajo guirnaldas
que el asfalto de hoy
no entiende…
ni siente.

Jugábamos entonces;
corríamos tras un carro
que se alejaba
entre polvo y sudor.
El dueño y su yunta
nos miraban
con una mezcla de temor
y ternura.

Y las calles de mi pueblo
fueron cambiando…
Y nosotros,
con ellas.

Pero así… así recuerdo:
las calles antiguas
de mi pueblo.

Compartir.

Sobre el autor

Los comentarios estan cerrados.