ESCRIBIR

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José Ignacio García – Muñoz (Queche)

Cuando uno siente, lo hace hacia dentro. Las vivencias, las sensaciones, buscan acomodo en alguna parte del cerebro, entre los pliegues de la memoria, en la cicatriz de alguna pequeña o gran herida del corazón, aunque lo cierto es que no escogemos el lugar, ellas solas se colocan donde les parece. Sin embargo cuando escribimos lo hacemos hacia afuera, de modo que, todos aquellos sentimientos son convocados en un momento, y han de salir por la fina punta de la pluma ordenados, sin atropellarse, quedando al descubierto en el proscenio de papel dispuestos a escenificar el drama o la comedia. Resulta inevitable, el que después de andar por ahí perdidos, algunas veces durante demasiado tiempo, acudan los sentimientos a la solicitud del escritor habiendo sufrido la deformidad que el paso de los años impone a todo lo vivo, de modo que, lo que antes nos parecía trascendental se puede convertir en nimiedad, y lo insignificante adquirir dimensión descomunal. Heráclito el Oscuro afirmó en el 540 aC que: nadie puede bañarse dos veces en el mismo rio, porque pasado un tiempo ni el rio, ni tú mismo sois iguales. Ni el contenido, ni el continente del alma, permanecen inalterados con el paso de los años, y por la misma razón cuando escribimos apelando a nuestros sentimientos, corremos el riesgo de no ser del todo fieles a aquellos recuerdos que se refugiaron del olvido en lugares tan prosaicos como: la amígdala, el hipocampo, o los lóbulos temporales, de donde los rescatamos cuando nos conviene por cualquier razón.

Evidentemente se puede fantasear, inventar historias, pero ser honestos con nuestros sentimientos es lo más difícil a la hora de escribir, porque antes de que te des cuenta, estás construyendo un relato con recuerdos rescatados de la bruma, de la niebla de la memoria, y te los encuentras en el cajón donde los guardaste, arrugados, y mezclados con otros que allí resisten el paso de los años como buenamente pueden.

Podría parecer que el escritor es a veces un farsante, eso solo lo sabe él, pero también sucede, que a menudo conecta con el lector que cree haber encontrado en lo que has escrito aquellos recuerdos que el también perdió; entonces se obra el milagro de conectar a dos náufragos que reconstruyen su vida juntos, rescatando sentimientos que flotaban a la deriva en el mar de la existencia.

Uno se cree
que las mató
el tiempo y la ausencia.

Pero su tren
vendió boleto
de ida y vuelta.

Son aquellas pequeñas cosas,
que nos dejó un tiempo de rosas
en un rincón,
en un papel
o en un cajón.


Como un ladrón
te acechan detrás de una puerta.

Te tienen tan
a su merced,
como a hojas muertas,
que el viento arrastra allá o aquí,
que te sonríen tristes y…
Nos hacen que
lloremos cuando
nadie nos ve.

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