CUANDO LAS GRULLAS VEAS PASAR

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José Ignacio García – Muñoz (Queche)

“Cuando las grullas veas pasar, coge el capazo y vete a arar”

Vienen del centro de Europa por la que se ha dado en llamar ruta occidental atravesando el paso de los Pirineos y Gallocanta en Teruel alcanzando nuestras latitudes un buen número de ellas. Otras vienen desde Rusia y terminan en Egipto o Etiopia, pero todas vienen a pasar el invierno cuando en sus países de cría el frio se vuelve intenso: “Grullas volando calladas o cantando, señal de que el tiempo está cambiando”. Desde el mes de octubre, y hasta el mes de marzo recibimos la visita de las grullas. Todos los atardeceres, los cielos se pueblan de gruidos o trompeteos, que así se llaman los sonidos que emiten estas aves, que tiene por costumbre visitar nuestros campos, y utilizar como dormideros las someras aguas de nuestro parque nacional. “Cuando la grulla pasa para abajo, al pastor no le faltara trabajo, cuando la grulla pasa para arriba al pastor buena vida”. Las grullas son siempre un buen augurio, y desde tiempos remotos se las asocia con la fortuna .En oriente se cree que transportan las almas de los fallecidos más allá de lo terrenal, y se las relaciona con la longevidad y la inmortalidad, y hablando de inmortalidad, este año parece que la gripe aviar está causando bajas entre nuestras visitantes.

En Daimiel, tenemos el privilegio de poder asomarnos cada atardecer a ver su paso, desde los comederos situados en los campos de cultivo y dehesas cercanas, hasta el humedal donde pernoctan, amparándose en las pequeñas porciones de tierra circundadas por el agua de nuestro humedal.

La variedad de horizontes que esta época del año proporciona al atardecer, supone renovar el decorado por el que discurren los bandos de grullas que en grandes o pequeños grupos recortan su silueta contra cielos azules, rosados, violetas, ocres, naranjas… y un sinfín de matices intermedios que crean una atmósfera mágica. Las pulsaciones bajan, el alma se serena, y el cerebro deja de pelear contra lo cotidiano sumiéndose en un éxtasis contemplativo cercano al misticismo. Es una atmósfera que embruja en el pueblo de las brujas, y que después del crepúsculo, te devuelve a la vida mundana con otro talante más sosegado. La naturaleza te proporciona una dosis de ansiolítico con un solo efecto secundario: llena tu espíritu de paz y de calma.

Cuando los trompeteos cesan, cuando los cuchicheos entre la masiega y el carrizo se hacen casi imperceptibles. Cuando el silencio solo roto por el crujir de la madera, y el suave roce de las hojas acaricia el suelo. Cuando el ulular de la lechuza y el viento atravesando las escuetas ramas del taray amaina, uno siente ganas de acurrucarse entre las cañas mientras ve salir la luna allá en lo alto, en un cielo del que cuelgan miles de estrellas, y quedarse dormido como uno más, hasta que con las primeras luces la promesa de un nuevo día tome forma, y te despereces al mismo tiempo que en el horizonte se dibuja la imperfecta línea de un bando de grullas camino de sus quehaceres matinales.

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