MORANTE

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José Ignacio García – Muñoz (Queche)

Se supone que desde un periódico como este, que regularmente le dedica al mundo de los toros un lugar preferente, deberíamos decir algo sobre la inesperada retirada de José Antonio Morante Camacho, más conocido como Morante de la Puebla, pero no me encuentro legitimado para hacerlo porque ignoro todo lo que puede haber pasado por su cabeza para tomar tal decisión; sea esta definitiva o provisional.

Es del dominio público el que Morante padece un trastorno severo que afecta a su salud mental, y cuando digo severo lo digo con todo el énfasis en la palabra severo. No, Morante no está loco, algo que para él podría significar un alivio, ya que un loco no es consciente de que lo es, Morante sufre un trastorno disociativo de la personalidad derivado de una entidad bipolar.

No voy a dar ningún speech sobre la enfermedad, solo apuntaré algunos de los síntomas para que usted querido lector pueda tomar conciencia de la lucha de gigante que el torero lleva consigo mismo desde hace muchos años, porque al contrario que el loco, Morante es consciente de su enfermedad.

Los síntomas dependen del tipo de trastorno disociativo, pero pueden incluir:- Una sensación de estar separado de ti mismo y de tus emociones.- Pensar que las personas y las cosas que te rodean están distorsionadas y no son reales.- Un sentido borroso de tu propia identidad.- Estrés grave o problemas en las relaciones, el trabajo u otras áreas importantes de la vida.- No ser capaz de afrontar bien el estrés emocional o laboral.- Pérdida de memoria, también llamada amnesia de determinados periodos de tiempo, acontecimientos, personas e información personal.- Problemas de salud mental, como depresión, ansiedad y pensamientos y comportamientos suicidas.

Parece, que el detonante de esta situación pudiera estar anclado a una situación traumática vivida en épocas pretéritas como pudiera ser la infancia; no vamos a entrar aquí en eso, ya que ni siquiera la ciencia médica conoce en su totalidad la enfermedad. Una enfermedad que para su tratamiento necesita terapia farmacológica durante las crisis agudas, y psicoterapia el resto del tiempo, sin que muchas veces se de en la tecla con el tratamiento por parte de los especialistas, de modo que vamos a dejar a Morante que tome las decisiones que tenga por convenientes atendiendo a su salud ya que; al menos por mi parte, no tengo ni derecho, ni conocimientos para criticar ninguna decisión que pueda tomar el de La Puebla del Rio. Llegados a este punto, solo desearle como no puede ser de otra manera, lo mejor para su salud.

Decíamos que en Morante conviven a veces fantasmas y demonios que llegan a nublar el entendimiento de José Antonio; esto pertenece al ámbito íntimo de la persona, al ser humano Morante de la Puebla, pero también es cierto, que en los vuelos de su capote, en la bamba de su muleta se sienta otro personaje que viene a traer paz a la atormentada cabeza del diestro, un personaje con el que el maestro habla de forma sosegada y consigue que la mente se aclare, y el cuerpo se relaje… este personaje al que nos referimos es un duende; el duende de Morante.

Morante es tal vez un torero anacrónico, un torero que por filosofía de vida, y estética taurina, debería haber nacido en la época de Joselito, Belmonte o Manolete. Morante es como el eslabón perdido que une generaciones de toreros separadas por un abismo de tiempo.

No sé, si se han fijado ustedes en como coge Morante el capote. No hay crispación, no hay fuerza, pareciera que se le va a caer de las manos al menor envite, pero es que Morante tiene en el duende un aliado que le dice a José Antonio cuando va a arrancar el toro la embestida, entonces Morante inicia el lance anticipándose a la acometida, y crea un espacio entre toro y capote que el animal trata de reducir pero sin conseguir rozar las telas; el duende tira del hilo invisible que une a toro y torero con parsimonia, convirtiendo el arte de birlibirloque en una danza de cuerpo desmayado, mano baja, y un parar el tiempo para que nuestro cerebro esculpa en la memoria lo que estamos viendo…a eso se le llama temple. Como Miguel Ángel pintó La Capilla Sixtina y esculpió La Piedad, así Morante de la Puebla ha ido esculpiendo en el aire faenas que se han convertido en monumentos.

Ya sé, que ha habido mañanas de expectación, seguidas por tardes de decepción, igual que muchas esculturas de Miguel Ángel nunca salieron del bloque de mármol que las contenía en potencia; el arte no se puede exigir por el precio de una entrada, y no es lo mismo un artista que un artesano. Miguel Ángel terminó El Juicio Final hacia 1541 y prácticamente ya no volvió a pintar. Falleció en 1564, de modo que también se cortó la coleta como pintor veintitrés años antes ¿y quién es nadie para decirle a Miguel Ángel cuando retirarse? Quién soy yo para decirle nada a José Antonio Morante Camacho excepto gracias.

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