EL SUSURRO DEL OTOÑO

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Paki García Velasco Sánchez

Hoy la mañana ha amanecido fresca, con olor a quietud, a silencios suaves. Comienza la estación en la que el aire huele a hojas secas, en la que los atardeceres llegan demasiado pronto, en donde todo se ralentiza, se vuelve más pausado, como más íntimo.

Después de las últimas semanas tan intensas y cargadas de actividad que hemos tenido, en las que el bullicio, la alegría y la emoción propias de nuestras Ferias y Fiestas llenaron cada rincón en nuestro municipio, poco a poco hemos retomado la normalidad y la rutina en el ritmo habitual de nuestras vidas. El eco lejano de la música y las celebraciones, han ido dando paso lentamente, a la serenidad del día a día. Los más pequeños, cargados de ilusión y nervios ante lo desconocido, iniciaron un nuevo curso escolar, mientras que los adultos volvimos a incorporarnos a nuestras responsabilidades laborales o diarias tras el merecido descanso vacacional. En definitiva, lo cotidiano de la vida se abre paso, marcando el inicio de una nueva etapa con energías renovadas y buenos recuerdos aún frescos en la memoria.

Ahora, nos vemos a las puertas de un nuevo otoño, la estación que deja fluir nuestras palabras, esa época donde los pensamientos son de inspiración y calma, ese tiempo donde los días se acortan sin remedio y donde las tardes parecen terminar apenas han comenzado.

En esta nueva estación recién estrenada, la nostalgia se acomoda en cada rincón del alma, pero no como tristeza, no, sino como una ternura antigua. Las casas se llenan de calor y mantas suaves, de olor a café recién hecho… apetece el recogimiento, el calor del hogar, las miradas largas desde la ventana, sin prisas. Se piensa en los abrazos que faltan, en las palabras que nunca se dijeron, en las promesas que el verano se llevó consigo.

Y es que el otoño no llega de golpe, no irrumpe, no se impone… ¡no!… el otoño simplemente empieza a dejarse sentir, se insinúa como un suspiro olvidado en una habitación vacía, como un recuerdo que vuelve sin ser llamado. Nadie lo ve llegar del todo, pero un día, casi sin darnos cuenta y sin saber muy bien cómo, los árboles comienzan a hablar en voz baja, en un idioma distinto. Unos se tiñen de rojo apagado, otros de naranja nostálgico e incluso algunos, de un amarillo que ya no brilla como antes. Todos distintos, pero con algo en común, compartir una silenciosa despedida del verano. Es como si, ya cansados de lo vivido por el peso de los largos días de sol y las noches encendidas, decidieran vestirse con sus mejores galas y así, en un último esplendor, deshacerse lentamente de su vestimenta para quedar desnudos y vulnerables, ante el silencio que anuncia el invierno.

En esta estación en donde las tardes se desvanecen antes de tomar forma, la luz se vuelve más suave, más tenue… como si el sol, agotado también, notase el peso del tiempo y empezara a arrastrar los pies. Ya no quema, ya no cae con esa fuerza abrasadora de hace apenas unas semanas, ahora sus rayos simplemente acarician, se deslizan entre las hojas como si supiera que no puede quedarse. Todo a nuestro alrededor se prepara para el silencio. Un silencio en donde hay tal dulzura, belleza y tranquilidad en esa lenta decadencia, que en su conjunto logra inundarlo todo hasta meterse en los huesos… es una paz que no grita pero que lo baña todo. Como Friedrich Nietzsche escribió: “Noto que el otoño es más la estación del alma que de la naturaleza”.

Apenas cae la tarde …la temperatura cambia…las noches se vuelven frescas y uno empieza a buscar abrigo sin pensarlo. Esas noches traen un silencio distinto, más profundo. Bajo los pasos, el crujido de las hojas secas se vuelve un sonido familiar, casi íntimo. Y el viento, que en verano era apenas una brisa juguetona, ahora susurra con otra voz, más grave, más seria. Ahora sopla arrastrando hojas secas y secretos olvidados por las aceras desiertas….

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